Luis Acevedo
Pesquera
La economía
mexicana en los últimos 12 meses ha sido, cuando menos, complicada. Por eso
resultó gratificante la información del INEGI en materia de empleo, aunque para
muchos hogares ese dato no significa nada.
En marzo, supimos
que la tasa de desempleo de México subió 3.9 por ciento, que representa un
punto porcentual más que en el mismo mes del año pasado y que trasladado a
números quiere decir que hoy tenemos 53.8 millones de personas con alguna forma
de ocupación y muy probablemente de ingresos para subsistir, lo cual ha sido
considerado como un triunfo económico si consideramos el impacto que ha representado
la pandemia del coronavirus.
Recordemos que en
marzo del año pasado12 millones de personas habían perdido su fuente
tradicional de ingresos debido al confinamiento pero que ahora, por el esfuerzo
fundamentalmente de la innovación personal, de los pequeños y medianos
empresarios que han hecho lo imposible para enfrentar la crisis, aunque también
por los programas asistencialistas del gobierno, alrededor de 10.6 millones de
individuos recuperaron su empleo.
En 2020 la
Población Económicamente Activa (PEA) era de 55.8 millones, con lo que aún
quedan 2 millones de personas desempleadas y sin fuentes de ingresos permanentes
ni bien remuneradas.
Pero viene lo
grave, la mayoría de esos 10.6 millones de individuos que recuperaron sus
actividades lo hicieron en la economía informal y con sueldos inferiores a los
que percibían hace un año y con los que deben afrontar gastos crecientes y
deudas que, si bien todavía no constituyen una situación crítica generalizada, advierten
de un proceso de empobrecimiento de la población.
Veamos. En la
práctica, 6 de cada 10 de los empleos recuperados en la estadística están en el
marco de la informalidad, lo que no puede ser un factor de orgullo para nadie
porque es pérdida de bienestar.
En la
exploración de los datos se observa también que en marzo se registró la pérdida
de 354 mil 498 empleos formales, que importan mucho porque son los que generan
impuestos y garantizan coberturas en materia de seguridad social para el
trabajador y sus familias.
Pero no solo eso
llama la atención. Los datos del INEGI muestran que el impacto en materia de
empleo es cada vez más desproporcionado en términos de género porque, por cada
fuente laboral que se ha cerrado para los varones, ha sido del triple para las
mujeres, con todo lo que eso significa porque ellas son jefas de familia en más
del 48 por ciento de los hogares mexicanos.
El panorama no
es sencillo y ante la falta de voluntad política para resolver el deterioro del
aparato productivo nacional, el deterioro de los hogares tiende a crecer ya que
la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) indica que la población
subocupada (quienes tienen la necesidad y disponibilidad de brindar más tiempo
de trabajo sobre lo que su ocupación actual les exige) fue de 7.1 millones de
personas en marzo de 2021, mientras que un año antes eran 5.1 millones. Es
importante señalar que esos 7.1 millones de subocupados, son 2 millones más que
el año anterior, lo que representa una tasa de crecimiento 13.2 por ciento
anual, que se traduce en inseguridad e incertidumbre en todos los sentidos, más
en tiempos electorales.
Las condiciones
socioeconómicas es una agenda política inconclusa que marca, especialmente de
cara al 6 de junio, un compromiso que no puede ser resuelto con discursos sino
con políticas públicas, porque el porcentaje de pobreza laboral del país pasó
en un año del 36 por ciento de la población nacional a casi el 50 por ciento
actualmente.
Hace un año las
fallas eran atribuibles al confinamiento por la COVID-19, pero hoy es la
incapacidad para administrar el gobierno.
@lusacevedop