Javier Treviño
@javier_trevino
Elon Musk, SpaceX y Tesla dejan California para establecerse
en Texas. Hewlett Packard Enterprise abandonó California para ubicarse en
Texas. Oracle anunció que su nueva casa es Texas. McKesson, Core-Mark Holding,
Charles Schwabb, Toyota, Dropbox, todas ellas mudaron sus oficinas centrales de
Calirfornia a Texas, junto con miles y miles de empleados y colaboradores. Y no
sólo las empresas se fueron a Texas, también celebridades como James Van Der
Beek y Joe Rogan.
¿Y por qué se van a Texas? Porque, en su arrogancia, el
gobierno de California no los escuchó. Texas les ofrece energía a costos
competitivos, impuestos mucho más bajos, reglas claras, certeza jurídica,
mayores incentivos y más bajo costo de vida. Es una buena lección a la que
debemos poner atención.
Ante la incertidumbre generada por iniciativas que inhiben
la inversión, como la eliminación pretendida de la subcontratación, o ante la
falta de claridad, conforme al derecho, en la implementación de la política
energética, el gobierno de la 4T debería tomar nota de que las inversiones y
las empresas globales se mudan. Toman decisiones muy rápidas ante la adversidad
gubernamental.
¿Cuál es el interés nacional de México en un mundo
globalizado, donde nuestro país aspira a ser reconocido como un actor relevante
con capacidad de decisión propia y de asumir mayores responsabilidades
geopolíticas? Siempre hemos escuchado que el objetivo del gobierno de la 4T
será defender y promover el interés nacional, mediante una política que
consolide el papel constructivo de México en el mundo.
Pero, ¿cuál es la forma de hacerlo? Veamos tan solo un
sector: la energía. La respuesta sencilla sería que esa promoción del interés
nacional es la capacidad de maximizar el aprovechamiento de los recursos
energéticos con que cuenta el país para beneficio de las generaciones presentes
y futuras de mexicanos. Punto.
No debemos perder de vista tres objetivos estratégicos:
El primero sería asumir que nuestro interés nacional no debe
consistir tan sólo en asegurar la plena propiedad del Estado mexicano sobre los
hidrocarburos y demás recursos energéticos con que contemos —conforme a lo
establecido en el Artículo 27 constitucional—, sino también en lograr que los
aprovechemos al máximo.
De nada sirve al interés nacional contar con enormes
reservas potenciales de petróleo y gas, si no podemos realizar actividades de
exploración para ubicarlas con precisión, transferir el riesgo a los
inversionistas privados, explotarlas en forma eficaz (es decir, a un costo
internacionalmente competitivo y evitando en la mayor medida posible impactos
ambientales nocivos), y canalizar con transparencia los recursos financieros
generados tanto a fortalecer la capacidad de Pemex para operar como una
compañía rentable, como a invertir en el desarrollo de la sociedad mexicana.
El segundo objetivo estratégico sería plantearnos cómo
podemos contribuir a reforzar y mantener nuestra seguridad energética. El
acceso a fuentes de energía es un pre-requisito indispensable para toda la
actividad productiva y el bienestar de la sociedad mexicana. Sin un abasto oportuno,
no sólo se afecta la competitividad internacional de nuestro país frente a
otras economías —ya sean socios comerciales, como en el caso de los Estados
Unidos, o competidores manufactureros como en el de China—, sino que también se
pone en riesgo nuestra seguridad nacional.
Nuestro reto en relación con este segundo objetivo
estratégico es doble. Por una parte, no sólo ha caído la producción de petróleo
y nos hemos rezagado en la explotación de gas natural y en formaciones rocosas
de lutitas (gas shale), sino que incluso podríamos llegar a convertirnos en un
país deficitario en materia energética muy pronto. De hecho, nuestra seguridad
energética ya está en riesgo, debido a nuestra creciente dependencia del
exterior para abastecernos de productos petrolíferos —en especial, gasolinas y
diesel—, así como de gas para consumo industrial y doméstico. La creciente
capacidad exportadora de los Estados Unidos sin duda puede representar para
nosotros una ventaja competitiva frente a otros países. Sin embargo, nada
garantiza que los bajos precios actuales del gas estadounidense se trasladen en
automático a México, ni que el intercambio energético pueda estar exento de las
constantes fricciones comerciales entre ambos países, lo que en un caso extremo
podría amenazar el suministro de productos críticos para el sector productivo y
el transporte de nuestro país.
Por la otra parte, todo el panorama energético mundial está
en un proceso de profundo reacomodo después de la pandemia. El énfasis está
puesto en las energías limpias, y México, en su arrogancia, se está quedando
atrás. Del lado de la oferta, la revolución tecnológica ha re-dinamizado la
industria energética de los Estados Unidos y otros países con capacidad de
explotar yacimientos petrolíferos no-convencionales, incluyendo a Canadá. Y,
del lado de la demanda, hay una reorientación del consumo hacia China y las
demás economías emergentes de Asia, que demandan un mayor abastecimiento para
sostener sus tasas de crecimiento y su propia seguridad energética.
De esta forma, no sólo nos hemos vuelto cada vez más
vulnerables a la volatilidad de los precios energéticos internacionales por
nuestras limitaciones en materia de refinación de combustibles o de extracción
de gas, sino que, además, nuestro mercado “natural” de exportaciones
petroleras, centrado en los Estados Unidos, está en vías de desaparecer a
mediano plazo.
Por último, el tercer objetivo estratégico tendría que
enfocarse en la necesidad de contar con una industria y un mercado energético
que contribuyan a elevar nuestra competitividad económica y, sobre todo, a
darle bases más firmes al desarrollo social del país. Para ello se requieren
reglas claras, certeza jurídica.
Es un hecho que México ha ido ganando terreno en materia de
competitividad, como lo muestran, por ejemplo, las cuantiosas inversiones en el
sector automotriz y el acelerado desarrollo de la industria aeroespacial. Pero
también es cierto que aún enfrentamos muchos retos para escalar posiciones en
índices que, como el del Foro Económico Mundial, son determinantes para la toma
de decisiones de los inversionistas. Y, entre los desafíos más relevantes, por
supuesto se encuentra ofrecer un suministro energético confiable y a precios
accesibles a la industria del país. Un ambiente regulatorio antagónico a las
empresas las obliga a mudarse a otros países, con la consecuente pérdida de
empleos.
Lo más importante de todo, no obstante, es generar mayores
recursos presupuestales para invertir en el bienestar de la sociedad mexicana.
A pesar de avances innegables, lamentablemente en México todavía cerca de la
mitad de nuestra población vive en condiciones de pobreza.
Si no somos capaces de aprovechar la oportunidad histórica
de implementar una política energética verdaderamente transformadora, que
reduzca la carga impositiva de Pemex, a la vez que genere recursos
presupuestales mucho mayores mediante la inversión y la participación
empresarial privada en este sector —resguardando ante todo el control del
Estado mexicano sobre la propiedad de los hidrocarburos y demás recursos
energéticos—, el “bono demográfico” con el que aún contamos, pronto se
convertirá en una auténtica bomba de tiempo que podría poner en riesgo el destino
de nuestra nación.