Corolario
El pasado domingo México vivió sin duda una jornada
electoral histórica. Lo fue por las dimensiones que ésta supuso —un padrón
electoral de casi 90 millones de ciudadanos y alrededor de 21 mil cargos de
elección popular en disputa—, así como también por las circunstancias en las
cuales se desarrollaron las votaciones.
Dentro de un contexto tan complicado como el impuesto por la
contingencia sanitaria, que impuso un reto majestuoso en la implementación
logística para contar con todas las medidas sanitarias que garantizaran la
seguridad de la ciudadanía.
A casi una semana de las elecciones vale la pena hacer las
primeras reflexiones acerca de las lecciones que el proceso nos ha brindado.
En primer lugar, debemos celebrar la organización excelente
del proceso y la buena participación de la ciudadanía que concurrió a ejercer
su derecho —y obligación— al voto, a pesar del riesgo sanitario y de violencia.
Más de 48 millones de ciudadanos acudieron a las urnas, es
decir, el 52% de la lista nominal de electores. Ello constituye un incremento
de cinco puntos porcentuales respecto de la elección intermedia pasada, cuya
participación fue del 47%, aunque los niveles deseables de participación aún
están lejos, pues casi la mitad de quienes pueden votar no lo hacen.
La segunda lección está relacionada con los primeros
resultados que arrojan los informes de los organismos electorales, que nos
muestran a un electorado mejor informado y más crítico de las decisiones que se
deben tomar en la esfera pública.
Todos los partidos políticos tuvieron pérdidas y ganancias;
más alternancia en los cargos; mucha mayor importancia en el peso de las
candidatas y candidatos y una nueva configuración del poder a lo largo de las
32 entidades federativas. En conclusión, no existe un triunfador absoluto de la
elección. La gran ganadora es la pluralidad que hoy se aprecia en la renovación
de los cargos de representación.
Las fuerzas políticas en la Cámara de Diputados se
reconfiguraron y en la próxima legislatura ninguna bancada contará por sí sola
con mayoría, lo que habrá de obligar a establecer una política basada en
consensos y negociaciones para legislar, aprobar el presupuesto, así como para
alcanzar mayoría calificada para poder reformar la Constitución.
Por último, debemos destacar los más de 1.6 millones de
votos nulos que se emitieron y que equivalen al 3.4% de los sufragios emitidos.
Esta cifra no es menor, ya que de los diez partidos políticos que aparecieron
en la boleta, cuatro de ellos obtuvieron una votación menor que los votos
nulos.
Otra estadística apunta a que tres partidos políticos
obtuvieron una votación por debajo del 3% mínimo exigido para la conservación
de su registro, lo que causará su desaparición.
Las alianzas electorales funcionaron, pero, al mismo tiempo,
debilitaron a sus integrantes en la percepción que de ellos tiene la
ciudadanía. Reitero, pesaron más las candidaturas y las oscuras estrategias
electorales promovidas desde el poder a nivel federal, estatal y municipal.
Habrá que reflexionar mucho en ello después, porque es un
hecho que tenemos una ciudadanía más interesada en las cuestiones públicas,
pero desencantada de los partidos políticos. Paradójico, pero real.
En síntesis, la democracia mexicana es en la actualidad muy
plural y participativa, y los pasados comicios significan un paso adelante de
nuestro sistema electoral que se ha venido construyendo a partir de 1977, a
través de trece reformas al artículo 41 constitucional.
Como Corolario la frase del filósofo austriaco Karl Popper:
“La democracia consiste en poner bajo control al poder político”.