Federico Berrueto
En el nuevo
gobierno persiste el avasallar; la presidenta Sheinbaum actúa con comedimiento
y formas amables. El mandato de la elección lo facilita, también el complejo de
superioridad moral heredado del pasado inmediato. Las buenas maneras valen
mucho, no se desdeñan, pero tampoco es para magnificar; la civilidad obliga;
que se haya perdido durante seis años no vuelve virtud lo que debiera ser normal.
Difícil alcanzar los
objetivos en la comunicación de la presidenta Sheinbaum. Al excluir la
polarización verbal es probable que sus posturas no tengan la intensidad para
impactar a los adherentes del proyecto. El auditorio se acostumbró a la
estridencia y al exceso. La continuidad ofrece fortaleza popular y la
mandataria ha podido ratificar símbolos, lealtad y proyectos. Sin embargo, decisiones
y formas para gobernar diferentes a las del pasado son inevitables, como fue el
caso de visitar a los afectados por la naturaleza violenta en Acapulco; también
hay radicalización en algunas posturas, como la de frenar el activismo del
embajador norteamericano o reiterar la exigencia de disculpa a la corona
española.
La mañanera es
diferente. Más información, menos opinión y casi nada de arenga polarizante. Aun
así, se regatea la realidad. Por ejemplo, en la presentación de la estrategia
de seguridad, el secretario García Harfuch presenta el gráfico de incidencia de
homicidios por cada 100 mil habitantes, Colima es la entidad a la cabeza,
seguida de Morelos, Baja California y Zacatecas, todos gobernados por Morena.
La presidenta pide cambiar el gráfico de homicidios sin referencia a población,
así se confirma lo dicho en campaña: Guanajuato, gobernado por el PAN es primero
en la lista. La presidenta afirma que así ocurre porque allí hay más consumo de
drogas y que los ingresos son más bajos. Debe ser cierto, pero no hay forma de
corroborarlo, no se ha presentado la encuesta sobre adicciones y los bajos
ingresos las cifras del INEGI no lo acreditan.
La presidenta
enfrenta muchos problemas; de antemano ha resuelto que la diferencia con su
antecesor no será uno de esos. Corresponde a una convicción, a un sentimiento
de lealtad y también a un cálculo. La cuestión es si todos en Morena lo
entienden así y si están dispuestos a mantener la cohesión que se requiere. Por
ejemplo, se hicieron modificaciones a la iniciativa de Reforma de Justicia para
determinar el veto de la mayoría legislativa o de la presidenta a los nombres
seleccionados por el comité técnico. Sheinbaum tuvo que enmendar la página a
los senadores y revertir el cambio ya en curso, esto significa que algunos
deciden oficiosamente o sin aprobación presidencial en temas cruciales para el
país.
Uno de los
problemas más serios es la reforma judicial. La presidenta se ha mostrado
molesta por la decisión de la mayoría de los ministros para conocer de las
impugnaciones por la vía del amparo, la controversia constitucional o acción de
inconstitucionalidad. Su enojo es notorio cuando rechaza un posible encuentro
con la presidenta de la Corte o cuando aclara que la reunión de ella con el
presidente del Senado y el coordinador de la mayoría no representa cambio
alguno en la decisión de avanzar a rajatabla en la reforma judicial. Con
desprecio remite a su par a la ventanilla de Gobernación, como también lo hace
con la oposición. Ahora queda claro que gobernar para todos presenta
exclusiones notorias lo que deviene en una reedición de lo que ya existía.
En la reforma
judicial seguramente prevalecerá la postura del gobierno y de la mayoría, salvo
faltas en el proceso legislativo y que la Corte llame a reponerlo, asunto que
no tendría mayor dificultad, pero sí despertaría el enojo presidencial. Sin
embargo, los problemas de la reforma son otros: su impacto en la certeza de
derechos y que la elección de juzgadores no sea subvertida por el interés
particular, de partido o criminal. La elección anticipa ser muy compleja en
todas sus etapas, desde la selección de candidatos, el diseño de la boleta, las
campañas y la jornada electoral.
Los problemas y
desafíos para la nueva presidenta están en muchos frentes. Acometerlos con
éxito requiere de participación de muchos actores fuera del ámbito
gubernamental y político. Como ocurrió con la reforma judicial que merecía un proceso
más detenido y escuchar a los interesados e involucrados, se resolvió
precipitar su aprobación. Algo semejante ocurre con los programas de gobierno
que se han presentado, más allá de sus virtudes muestran que no hubo consulta y
ni participación que pudieran enriquecerlos y mejorarlos.
La presidenta, con
razones válidas, está de prisa. El país requiere respuestas y claridad en
muchos temas. Pero los buenos programas y acciones suponen un buen diagnóstico
e inclusión. Decidir de manera ejecutiva puede resultar rápido y hasta eficaz,
pero no necesariamente mejor.