Nos estamos haciendo inmunes al coronavirus gracias al uso de cubrebocas.
Su uso está reduciendo la gravedad del virus y creando inmunidad, como hacen las vacunas.
Los datos virológicos, epidemiológicos y ecológicos han demostrado que su uso protege de la infección.
Pero en el caso de que ésta se produzca, minimiza sus síntomas.
Es así porque uno de los factores que condiciona la gravedad de la enfermedad es la carga vírica recibida.
Es decir, la cantidad de partículas víricas que producen el primer contagio.
Si la carga vírica es muy alta, hace colapsar al sistema inmune del hospedador y el daño puede evolucionar a niveles graves o la muerte.
Si la carga vírica es baja, el sistema inmune del paciente logra contener los efectos graves y desarrolla inmunidad.
Es decir, las dosis altas de inóculo vírico pueden colapsar al huesped y desregular sus defensas inmunitarias innatas, hecho que aumenta la gravedad de la enfermedad y puede provoca la muerte.
Los cubrebocas, por ser filtros, reducen la carga vírica que llega a las vías respiratorias.
Esto atenua el impacto clínico posterior de la enfermedad, en caso de contagio.
La mínima carga vírica recibida a través de cubrebocas, es insuficiente para causar un daño severo y activa al sistema inmune.
El uso generalizado de cubrebocas continuará aumentando la proporción de infecciones asintomáticas o propiciará que quien se infecte, curse con una sintomatología muy leve.
A mediados de julio, se estimó que la tasa de infección asintomática era del 40%.
Ahora parece que las tasas de infección asintomáticas son superiores al 80%, en entornos con uso de cubrebocas.
Luego de 9 meses de pandemia, significa que es razonable entender que hoy, la mayoría de la población ya tuvimos contacto con el virus y nuestro sistema inmune logró imponerse y protegernos.
Los países que han adoptado el uso de cubrebocas en toda la población han reportado menores tasas de casos graves de hospitalizaciones y fallecimientos, hecho que sugiere un cambio de infecciones sintomáticas a asintomáticas.
Las tasas de letalidad en países con uso de mascarilla obligatoria en de toda la población se han mantenido bajas, incluso en aquellos que han sufrido la segunda ola de contagios luego del aislamiento.
Por consiguiente, es probable que esta inmunidad creada por asintomáticos o con síntomas leves acabe por tener el mismo efecto que la vacunación, *hecho que constituye una gran noticia*.
El virus, es tan pequeño que ninguna mascarilla podría contenerlo, no obstante, lo contiene porque se traslada en gotículas de saliva o agua de exalaciones respiratorias y esas gotículas, por su volumen, son las que si contiene el cubrebocas.
Los estudios permiten entender que de mantener las medidas de uso de cubrebocas, lavado de manos y una distancia prudente en espacios de interacción interpersonal y evitemos reuniones en sitios de mínima ventilación, continuaremos progresando en la inmunidad generalizada.
De seguir así y en cuanto continuemos recibiendo cargas víricas moderadas, llegaremos nuevamente al punto de generar la inmunidad colectiva suficiente que nos permita progresivamente ir abandonando el uso de cubrebocas hasta que esa sea la nueva normalidad que añoramos.
Esta nota, es síntesis de la publicación de artículos en el New England Journal of Medicine el 8 de sept. de 2020