
Donald Trump no necesita voceros. Nunca los ha necesitado. Su discurso es una maquinaria de provocación, espectáculo y brutalidad.
Y esta semana lo volvió a refrendar con una frase que lo retrata de cuerpo entero: “Me están besando el trasero. Se mueren por llegar a un acuerdo”.
Desde que llegó Trump al poder parece la caricatura de si mismos que hacen los estadounidenses en las películas, de un presidente bravucón, del tipo ¿Y a dónde está el policía?…
Esa frase no la soltó en corto, en un mitin, ni en una arenga improvisada: lo afirmó durante una cena formal del Comité Nacional Republicano del Congreso (NRCC), ante legisladores de su partido, horas antes de la entrada en vigor de nuevos aranceles comerciales contra unos 60 países, incluyendo a China, la Unión Europea… y sí, también México.
El contexto no es menor: Trump habló cuando el reloj ya estaba corriendo para su nueva guerra comercial. La medida, que incluye aranceles del 104% a productos chinos y del 25% a bienes europeos, fue presentada como un acto de fuerza frente a lo que él considera competencia desleal.
La realidad entre líneas es otra, es un mensaje al mundo: quien quiera hacer negocios con Estados Unidos bajo su mandato, debe doblegarse. O como él mismo lo puso, debe besarle el trasero.
Esa frase es el corazón de su doctrina: el mundo dividido entre los que se le oponen y los que se le rinden. Trump no ve en la diplomacia una herramienta de equilibrio, sino una oportunidad de humillación. Su ideal de liderazgo no es el del estadista, pinta más a ser napoleónico.
Lo peor, lo pero de este asunto es que, en muchos casos, tiene razón. Porque algunos gobiernos ya han doblado las manos frente a la presión arancelaria y han optado por ponerse de tapete.
El propio Trump lo describió con crudeza: “Por favor, por favor, señor, llegue a un acuerdo. Haré lo que sea, señor”. No dio nombres. No hace falta. Los hechos están ahí y, digan lo que digan, México es uno de ellos.
En junio de 2019, Trump amenazó con imponer aranceles progresivos a todos los productos mexicanos si el gobierno no detenía el flujo migratorio hacia Estados Unidos. La respuesta fue inmediata: se desplegó la Guardia Nacional en la frontera sur, se aceptó el papel de Tercer País Seguro de facto, y se renegoció el T-MEC bajo condiciones favorables para Washington.
Marcelo Ebrard se presentó en una conferencia de prensa como si se tratara de un triunfo diplomático, pero en realidad era la escenificación de una rendición. Trump celebró en Twitter que México estaba haciendo “más por detener la inmigración que los demócratas”.
Y no fue solo un momento aislado. En julio de 2020, en plena campaña electoral estadounidense, Andrés Manuel López Obrador visitó a Trump en la Casa Blanca. En una ceremonia sin ningún otro motivo que el halago mutuo, AMLO le dijo: “Usted no ha pretendido nunca tratarnos como colonia”. Una frase que Trump probablemente atesora como joya diplomática. Porque nunca nadie —ni de derecha ni de izquierda— le dio tanto, con tan poco.
Hoy, con Trump nuevamente en el poder y Claudia Sheinbaum en la presidencia de México, la postura oficial ha cambiado en la superficie, pero no en el fondo.
“No es con amenazas ni con aranceles como se va a atender el fenómeno migratorio ni el consumo de drogas en Estados Unidos”, declaró la presidenta el pasado noviembre, en noviembre de 2024, en una carta pública que muchos celebraron como un gesto de soberanía. Incluso advirtió que una guerra comercial afectaría a ambos países y defendió el espíritu del T-MEC como clave para la estabilidad regional.
Sin embargo, más allá del tono, la estrategia no se ha desviado del guion de la sumisión. México ha optado por reforzar su integración económica con Estados Unidos, aumentar la cooperación migratoria,y mantener, en la práctica, una política de apaciguamiento.
En otras palabras, la narrativa cambió, pero la lógica de fondo sigue intacta: evitar el castigo estadounidense, aunque eso implique ceder espacio en materia de soberanía y agenda propia.
Muchos analistas y votantes —incluso dentro de la izquierda— asumieron erróneamente que AMLO era un adversario natural de Trump. El líder nacionalista, supuestamente antiimperialista, enfrentándose al presidente racista, agresivo, que insultó a México y llamó violadores a sus migrantes.
Pero la realidad fue otra. López Obrador jamás lo confrontó. Al contrario: buscó la cercanía, el diálogo, el acuerdo. Lo trató como un igual. Trump, por supuesto, lo trató como un subordinado eficaz.
Y ahora, frente a esta nueva ola de amenazas comerciales, frente a una política exterior que regresa al castigo y la imposición, México sigue en su papel de socio temeroso. El canciller actual habla de cooperación, no de firmeza.
La presidenta denuncia las amenazas, pero también actúa con cautela, sabiendo que cualquier confrontación directa podría tener un costo económico y político inmediato. La narrativa de dignidad se sostiene en los discursos, pero en los hechos, el gobierno mexicano camina de puntitas frente al republicano que no olvida ni perdona.
Es por eso que la frase de Trump sobrepasa lo vulgar y como dijimos anteriormente lo retrata de cuerpo entero, habla de carácter, sí, pero también de la debilidad de quienes lo rodean.
Habla de un sistema internacional donde los poderosos imponen su ley sin pudor, y donde incluso gobiernos que presumen soberanía se arrodillan cuando el precio es alto.
Trump se ríe de los líderes que le piden favores. Se burla de ellos en cenas privadas y actos públicos. Y, sin embargo, ellos siguen ahí, esperando un guiño, una tregua, una excepción en la lista de castigos. ¿Dónde está la dignidad nacional? ¿Dónde está la política exterior basada en principios?
En este nuevo ciclo de sumisión, México vuelve a estar en primera fila. No porque Trump lo diga. Sino porque lo demostramos. Y quien piense que Claudia Sheinbaum representa una ruptura con esa dinámica, está equivocado. La continuidad no es resistencia: es complicidad.
Trump lo sabe. Por eso puede decirlo sin que nadie lo contradiga: “Me están besando el trasero”. Y en el fondo, aunque duela admitirlo, tiene razón.
Tiempo al tiempo.
@hecguerrero