
México vive una encrucijada política marcada por el exceso de simbolismo familiar y la falta de resultados. Por un lado, la etiqueta “López” se convierte en fetiche emocional; por el otro, discursos sin sustancia y peleas internas horadan la legitimidad institucional.
El senador Gerardo Fernández Noroña —presidente de la Mesa Directiva del Senado— vuelve a tensionar la diplomacia con Estados Unidos. Al expresar orgullo por las protestas de migrantes en Los Ángeles y mofarse del senador republicano Eric Schmitt por proponer un impuesto a las remesas del 15 %, generó una reacción inmediata.
Schmitt respondió elevando la tasa propuesta a un 20 % en tono de venganza , mientras Noroña alterna entre burlas y llamados al diálogo.
Este juego provocador no deja nada en favor de las y los migrantes, todo lo contrario, provoca más daño: devaluar remesas, tensionar el ramo bilateral y sumar eslabones de fragilidad del país ante la mirada de aliados y adversarios.
Que haya voces dentro de su propio partido que exijan su destitución —PAN, PRI y activistas como los LeBarón— deja claro que lo que Noroña provoca es daño, ya ni en Morena están dispuestos a tolerar su vocación de espectáculo.
El otro foco del desastre es Andrés Manuel López Beltrán, “Andy”, Secretario de Organización de Morena e hijo directo del ex presidente López Obrador. Fue el artífice de la elección judicial del 1 de junio, que aspiraba a legitimar la reforma al Poder Judicial. Fracasó estrepitosamente: apenas 13 % de participación ciudadana —muy lejos del mínimo deseado de 20 %—, derrota en Veracruz y Durango, contracción del control regional e impacto negativo sobre la mancha democrática del partido.
En lugar de rendir cuentas, “Andy” se refugia en su nombre y apellido: declara que su máximo orgullo es llevar el nombre de su padre, exige que dejen de llamarlo “Andy” y recalca la grandeza de su biografía en un acto de fetichismo nominal . No porcentajes, no datos duros, solo retórica vacía, nostalgia familiar y esa sensación de que apellidos suplen méritos.
Pero los ciudadanos exigen resultados, no homenajes. Peor aún: circulan señalamientos, no confirmados por instancias judiciales, de que habría favorecido contratos a allegados suyos relacionados con Dos Bocas o un malecón en Villahermosa. Si no se investiga, la impunidad se naturaliza.
¿Por qué importa que haya cuatro “López” en la presidencia? Porque ningún López se había encadenado tan al apellido ni se había beneficiado políticamente de semejante misticismo. El hijo del ex presidente pretende que su nombre sustituya a su hoja de resultados. Y ese camino, lejos de ganar legitimidad, abre puertas al nepotismo, al corporativismo y al debilitamiento de lo público.
La presidenta Claudia Sheinbaum parece consciente del desequilibrio. Ha enviado un llamado interno para sancionar el espectáculo mediático de figuras como Monreal o Adán Augusto y revertir la pérdida de control en Morena. Pero la brújula institucional no puede desplazarse por afinidad familiar. El mensaje debe ser claro: se responde con gestión, transparencia y voluntad de servicio, no con subordinación al apellido.
Pedirle al Ejecutivo que intervenga retirando mandatos a senadores es caer en la lógica de la voluntad por encima de la ley. Noroña ocupa una silla sin sanción legal, y si Morena apela a la revocación de su mandato por voluntad presidencial, habilita una rendición del Senado al Ejecutivo. Eso mina los cimientos del equilibrio institucional. Y que nadie diga que es un exceso de formalismo: ése es el cerco que evita lo autoritario.
El país no avanzará abrazando discursos, apellidos o distracciones. Requiere instituciones fuertes, operativas, transparentes. Exige rendición de cuentas. Rechaza el nepotismo. No es voluntad presidencial quien dirige el país, sino la ley.
Confundir un apellido con un motor moral o político, en lugar de una responsabilidad pública, es la ruta más segura hacia el deterioro democrático. México merece senadores y candidatos que respondan ante la gente, no ante su linaje.
Tiempo al tiempo.
@hecguerrero