Juan Bustillos
A estas alturas de su vida, no creo que a Lozoya le importe
que Alejandro Moreno lo encuentre o no en el padrón del PRI, pero es probable
que al líder nacional del tricolor sí le interese, y mucho, saber si existe una
carpeta con su nombre en el abultado archivo que Emilio acumuló pacientemente
durante los tres años que dirigió Pemex previendo las traiciones por venir, y
que hoy está a buen resguardo.
Como el ahora presidente del PRI hay muchos prohombres
bailando nerviosos en el archivo de Emilio, de ex presidentes de la República,
no sólo el más reciente, como cualquiera pensaría, sino anteriores, varios.
Moreno es un exitoso campechano a quien le cayó como anillo
al dedo que su amigo Juan Camilo Mouriño se convirtiera en el poder atrás del
trono en el sexenio de Felipe Calderón.
Su paisano estaba en camino de ser candidato a la
Presidencia de la República en 2018, pero ansioso apresuró el caminar. Como en
los viejos tiempos priistas creyó que la Secretaría de Gobernación seguía
siendo el trampolín perfecto; no conocía la historia de Mario Moya Palencia,
Manuel Bartlett y don Fernando Gutiérrez Barrios y por ello, desde la jefatura
de la Oficina de la Presidencia, empujó la renuncia de Francisco Javier Acuña,
a quien Felipe debía el destape a candidato presidencial en Guadalajara que
tanto enojó a Vicente Fox.
¿Cómo podía saber que lo esperaba la muerte en un
desgraciado accidente aeronáutico el 4 de noviembre de 2008?
Ya en tiempos de Enrique Peña Nieto, en Los Pinos y en Pemex
se platicaba del encontronazo que Lozoya y Alejandro Moreno tuvieron en la
Cámara de Diputados a causa de supuestos negocios que Juan Camilo gestionó para
Amlito.
La historia giraba en que los paisanos estaban en el
negocio, pero a la muerte de Muriño ya no existió sociedad, los negocios fueron
sólo de uno que intentó mantenerlos.
Sin embargo, el nuevo gobierno federal anunció la extinción
del negocio campechano; Muriño ya no estaba para cuidarlo ni para asegurar su
participación. Moreno peleo fuerte para mantenerlo, pero se encontro con que
Lozoya no cedió ni siquiera en un encuentro fuerte que tuvieron en San Lázaro,
cuando el ahora dirigente nacional priista era legislador.
Sobran testigos del feo reculón del diputado en aquel
agarrón porque estaba lejos de calcular la reacción del director de Pemex y el
acopio de información.
Incomparable anfitrión, Moreno había cultivado el amor de
Peña Nieto. Presto acudió con el Presidente de la República a quejarse del mal
trato del director de la petrolera.
Encontró comprension, pero sólo para que el asunto no dañara
su futuro pues el mandatario ya tenía en mente hacerlo candidato a gobernador y
no convenía un escándalo sobre supuestos negocios petroleros con Mouriño. El
presidente Peña Nieto ignoraba, aunque se enteró posteriormente, que Amlito
también trabajaba un Plan B con el PAN por aquello de que el PRI le escamoteara
la candidatura.
Con estos antecedentes es difícil entender por qué, si
apenas ocurrida la derrota de 2018 Peña Nieto comprometió el liderazgo priista
con el doctor José Narro, en un movimiento inesperado operó a favor de quien no
espero a que sonaran las 12 campanadas en la noche del 1 de julio para cantar
loas al ganador, al grado que los priistas cmabiaron su apodo de “Alito” por
“Amilito”. Pero esa es otra historia.
Es probable que en el escuálido padrón priista Alejandro
Moreno no encuentre el nombre de Emilio, pero el ex director de Pemex no ha
extraviado la documentación de la aventura petrolera del ex gobernador
campechano.