Los cambios en el gabinete siempre causan revuelo, por los personajes que se alejan de él y los nuevos integrantes, los que tienen que remar a contracorriente por lo que dejaron de hacer los relevados o los retos a los que se enfrentarán.
Hay quienes consideran que formar parte de la cúpula del gobierno agota y otros que se nutren con la savia del poder y se revitalizan al asumir su nuevo encargo.
Existen los que están acostumbrados a mudar de oficina y lo mismo aparecen en cuestiones económicas, de finanzas, de política, de gobierno, de diplomacia, expertos legislativos o hasta en salud.
Hasta ahora no ha existido un comodín como lo fue José Antonio González Fernández en el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León, quien saltó de una diputación local a ser Procurador de Justicia capitalino, después director del ISSSTE, más adelante dirigente nacional del PRI, secretario del Trabajo y hasta de Salud, todo un experto.
Es un caso único dentro de la administración pública y ni siquiera los generales revolucionarios alcanzaron su marca. Hay personajes que saltaron de una a dos o hasta tres dependencias, cumpliendo con las tareas asignadas, aunque no siempre lo hicieron en un mismo sexenio.
En el pasado los saltimbanquis de un sexenio a otro eran escasos, ya que sabían que tenían su período grato y después si no alcanzaban una diputación senaduría o gubernatura venía un ostracismo político.
El privilegio de estar en el gabinete presidencial tenía una meta futura, ver quién de ellos podía entrar en la competencia por la presidencia de la república, el mayor anhelo de aquellos políticos de antaño.
Durante varias décadas ese era el estilo de la política nacional, el que tampoco cambió con la alternancia, aunque si existieron diferencias. Antes era la política del que se mueve no sale en la foto y después se transformó en la política del movimiento, donde los golpes, patadas debajo de la mesa y hasta lucha a navajazo limpio eran una constante.
La disputa por la candidatura presidencial y el paso de estafeta era tranquilo y mesurado, por ser los tiempos de un solo partido, hasta que irrumpió Vicente Fox Quesada y desde un gobierno estatal arrebató la estafeta y rompió el equilibrio de saltar del gabinete a la presidencia de la república.
Felipe Calderón Hinojosa rompió lanzas con el presidente en turno, renunció a su cargo en el gabinete y se lanzó a la lucha por la candidatura presidencial y Enrique Peña Nieto hizo algo similar a lo de Vicente Fox, construyó su candidatura desde un gobierno estatal.
Andrés Manuel López Obrador se convirtió en presidente de la República, después de ocupar un cargo de gobierno trece años antes de su triunfo y dejó atrás ese esquema de construir una candidatura y conseguir la victoria.
En la actualidad, los modos son diferentes y lejos están los miembros del gabinete de poder construir una candidatura presidencial desde las propias entrañas del gobierno. Las dependencias dejaron de ser vitrinas de exhibición de sus titulares o pasarelas en las que mostraban sus habilidades, para transformarse en sitios decorativos, en los que en la mayoría de ellos lucen floreros de todo tipo.
No se puede decir que el cambio permitió darle mayor funcionalidad al trabajo de los miembros del gabinete y que el escaso lucimiento de sus integrantes permite una mayor eficiencia y eficacia del trabajo burocrático.
La pandemia vino a contribuir para oscurecer más el panorama, donde el brillo lo tienen, además del Ejecutivo federal, dos o tres personajes que son los cuentan con luces propias y las lámparas del alumbrado presidencial.
En realidad, dentro del gabinete presidencial hay personajes a los que nadie conoce y que son secretario de despacho por un simple acto de magia o compromisos del pasado, pero que en nada contribuyen a aumentar la eficacia del gobierno, solucionar problemas o que les permitan un crecimiento propio, ya que todo está esquematizado en una sola línea que parte de Palacio Nacional.
Los personajes en cuestión pueden cohabitar en dichas dependencias por el tiempo que sea necesario, ya que la oscuridad es tan grande que ni siquiera se atina a identificarlos, aunque todos saben de quienes se trata.
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