El ascenso al poder de Magdalena Andersson ha sido nada menos que una telenovela política, y es posible que el final de temporada aún esté por llegar.
En tan solo una semana, el Parlamento sueco la eligió como la primera mujer que llegaba a ser primera ministra del país, la vio dimitir siete horas después en medio de la agitación política y le indicó que volviera al puesto después de una segunda votación.
Por qué se desarrolló todo y qué podría suceder a continuación ha puesto de relieve las complejidades que plantea una coalición de ocho partidos en una nación dividida.
Todo empezó con la jubilación de Stefan Lofven, quien había estado al frente de un gobierno de coalición socialdemócrata-verde desde 2014. La primera votación para elegir a su sucesora o sucesor fue el miércoles pasado.
Magdalena Andersson ya lo había reemplazado como líder del Partido Socialdemócrata Sueco en su conferencia a principios de noviembre.
Pero para sustituirlo al frente del gobierno necesitaba la aprobación del Parlamento.
Con la luz verde de este, se convirtió en la primera mujer primera ministra de Suecia, un evento histórico que sucedió exactamente 100 años después de que las mujeres obtuvieran el derecho al voto en el país.
Bajo el sistema político de Suecia, Andersson no necesitaba el voto favorable de la mayoría de diputados, sino evitar la mayoría votara en contra.
Sin embargo, en un Parlamento tan fragmentado, estaba visto que sería una decisión difícil.
La coalición de gobierno liderada por los socialdemócratas es débil y depende del apoyo de otras formaciones.
La votación tuvo lugar tras 11 horas de negociación con el Partido de la Izquierda y conversaciones anteriores con el Partido del Centro, una formación de centroderecha. Ambos acordaron abstenerse y Suecia se convirtió así en el último país nórdico en elegir una mujer como primera ministra.
Pero eso no comprometió al Parlamento a apoyarla en una votación presupuestaria crucial esa misma tarde. En cambio, el Partido del Centro ayudó a aprobar una propuesta alternativa de tres partidos de derecha, incluidos los Demócratas de Suecia, una formación con un fuerte discurso antiinmigrante.
Ante ello, el Partido Verde renunció al gobierno de coalición, argumentando que no quería participar en un presupuesto negociado por los nacionalistas.
Al mismo tiempo, Andersson pidió renunciar como primera ministra, alegando que no quería dirigir un gobierno "cuya legitimidad será cuestionada".