Luis Acevedo
Pesquera
Si alguien tenía
dudas, es claro que el porvenir económico de México será difícil, errático, y
con graves afectaciones para diversos sectores de la sociedad.
La decisión
gubernamental de no apuntalar a las estructuras que generan empleo formal para
enfrentar a la pandemia y que al iniciar el desconfinamiento decidió extinguir con
toda su fuerza política a los fondos que daban aliento al desarrollo
científico, tecnológico y de asistencia estratégica, son un coctel que debilita
dramáticamente las bases productivas para intentar recuperar el nivel de oferta
y demanda que requieren las familias y el país a fin de recuperarse del brutal
impacto económico y sanitario provocado por el COVID-19.
Aún las
estimaciones más optimistas consideran que la contracción de la economía será
del orden de 10 por ciento en este año y de una violenta secuela de
empobrecimiento y pérdida de expectativas.
La esperanza se nubla
con los datos contenidos en la Minuta de la Reunión de la Junta de Gobierno del
Banco de México del 24 de septiembre, en donde se advierte que dependerá de la
magnitud y consistencia de la recuperación durante octubre, noviembre y
diciembre para poder determinar cuánto tiempo tomará regresar al nivel existente
en el tercer trimestre de 2018; esto es, antes de que arrancara formalmente el
actual gobierno.
En esos
términos, y sin estímulos, la recuperación podría durar de 2 a 6 años, o
incluso hasta una década si se considera el PIB per cápita, que es una medida
del bienestar material de la población y de la capacidad gubernamental para
cumplir inversiones sociales esenciales como salud, educación o seguridad.
Si la economía
decrece, lo mismo sucede con la calidad de vida y viceversa. De ahí la
importancia del crecimiento que en nuestro país que, comparado con el promedio
observado en los países de la OCDE es de los más bajos y si consideramos lo que
se prevé en las encuestas de los analistas del sector privado mexicano la
evolución de la economía mexicana en el largo plazo será inferior de 2 por
ciento, muy cercana a la tasa demográfica.
Lo importante es
que, al igual que en el mundo, en el país ya se observan débiles indicios de
recuperación en diversos sectores. Siempre con información del Banco de México,
el sector industrial ha mostrado el mejor desempeño en función de las
manufacturas, especialmente las automotrices debido a la demanda internacional.
En julio la
producción industrial cayó 11.6 por ciento anual que, si bien es muy alta, es menor
a la contracción de 30.1 por ciento de abril. A su vez, la construcción a pesar
de ser muy dinámica ha mostrado una recuperación muy lenta, tanto que en julio
se redujo 23.7 por ciento a tasa anual.
Pero es peor en
el sector de los servicios en donde persiste la debilidad, lo que es
preocupante porque aquí se reúne la mayor parte del empleo formal del país.
En este segmento
sobresale la debilidad en todas sus actividades, especialmente en el turismo que
en junio se contrajo 28.6 por ciento a tasa anual, en esparcimiento y
preparación de alimentos se desplomaron 68.8 por ciento y se prevé que, el también
llamado sector terciario, se recupere a un menor ritmo que la industria en
tanto no se inicie la reapertura total de actividades.
Con ello, el
consumo interno es extraordinariamente frágil, a pesar del apoyo que
generalmente representan las remesas y no podrá impulsar a la economía.
En realidad, es muy
preocupante el tema de la inversión que no da señales de recuperación y su
debilidad se observa en las cifras del segundo trimestre y en los indicadores
oportunos de construcción e importación de bienes de capital.
La inversión,
reconoce el Banco de México, acumula a su ya largos años de atonía las
afectaciones asociadas a la pandemia, que la llevaron a registrar en abril una
contracción anual de 38.2 por ciento y en junio un nivel 25.2 por ciento menor
al del año previo, así como un entorno poco propicio para invertir como
resultado de las decisiones gubernamentales, el agravamiento de la inseguridad
y la violación al Estado de Derecho.
Pero lo peor
quizá es la afectación al mercado laboral, cuya recuperación se ha centrado en
el mercado informal. Entre marzo y julio, etapa del confinamiento, se perdieron
casi 6 millones de empleos con una tasa de desempleo extendida de 22.1 por
ciento en julio; por tanto, la brecha laboral se ubica en niveles
históricamente elevados con 23.3 millones de personas que necesitan un empleo
de tiempo completo, con salarios más bajos y discriminación de la mano de obra
femenina.
Y un detalle
adicional: el empleo formal medido a través de los asegurados en el IMSS se
contrajo en más de un millón durante los primeros siete meses del año, aunque en
agosto se registró una incipiente recuperación con un ritmo incapaz de
satisfacer las necesidades sociales y de ingresos públicos.
Con todo esto,
las políticas públicas se limitan a centralizar en manos presidenciales los
escasos recursos federales para atender el proceso electoral de 2021 que estará
marcado por el deterioro del entorno económico internacional y nacional, con lo
que en nuestro país el signo social verá crecer la pobreza porque el PIB per
cápita seguirá a la baja durante mucho tiempo.
@lusacevedop