Desde el imperio romano, los sistemas políticos en decadencia, antes de colapsarse, devoran y destruyen la reputación de sus fundadores y constructores. Y algo más descarnado, pero muy propio de la condición humana: pocos salen a defenderlos y muchos a defenestrarlos. Tal es lo que acontece con Manlio Fabio Beltrones, el más romano de los legisladores y políticos mexicanos que he tenido oportunidad de tratar en más de 30 años de servicio público, y que ahora buscan vincularlo a un presunto desvío de fondos del gobierno de Chihuahua, durante el mandato de César Duarte, para las campañas del PRI en 2016.
No soy juez para exonerar o declarar culpable de esos señalamientos al ex presidente del PRI, pero sí puedo y debo expresar lo que me consta. Promotor de acuerdos: tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados promovía que las iniciativas salieran con el mayor número de adecuaciones y observaciones posibles, en aras de alcanzar un acuerdo parlamentario. Opositor leal: fue el interlocutor más importante de las dos presidencias panistas con el PRI.
Las reformas constitucionales que Vicente Fox y Felipe Calderón presentaban en las cámaras, pasaban por el tamiz y el matiz de Beltrones. “No vamos a paralizar el Legislativo, pero tampoco vamos a ser incondicionales del Ejecutivo”, solía decir a sus contrapartes. Reforma política: desde la creación del IFE hasta su transformación en INE, desde la ciudadanización de los órganos electorales hasta la creación del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, desde el financiamiento público a los partidos hasta la eliminación de los spots pagados en radio y televisión, fueron medidas que impulsó o atemperó el político sonorense en su paso por las cámaras.
Pero la reforma política más importante fue el reconocimiento en la Constitución de la figura “gobierno de coalición” para que los presidentes con gobiernos divididos tengan opción de construir gobiernos estables. La palabra como garantía: en las negociaciones parlamentarias y de gobierno, difíciles e intrincadas, Beltrones suele dejar como garantía “mi palabra de honor”. Y hasta ahora pocos he conocido que le reclamen haber fallado a un compromiso no escrito, pero sí suscrito con la fuerza de la palabra. Institucionalidad: tanto en una posición de poder como en una de oposición, la “investidura presidencial” era el límite de los acuerdos y negociaciones políticas.
El arte de la negociación en la ortodoxia política priista fue y es “saber estirar la liga sin romperla” y cuidar la institución presidencial, “del color que sea”. Su tránsito por el gobierno de Sonora, por la Secretaría de Gobernación y por el PRI, donde lo traté poco, pero de acuerdo con diversos testimonios, se caracterizó por la formación clásica de la política mexicana que se aprende en el Palacio de Covián: vale más sentirse, que verse.
Como todo político que ha dedicado su vida a esta actividad, su trayectoria no está exenta de tropiezos y amenazas, de cicatrices y lesiones, de acusaciones e insinuaciones. Los señalamientos de presuntos vínculos con el narcotráfico durante su mandato en Sonora, las represiones a algunos grupos de izquierda desde Bucareli, su entrevista extrajudicial con Mario Aburto después del magnicidio de Colosio, y ahora las imputaciones desde Chihuahua, son parte de esos negativos que se presentan en tiempos de politización de la justicia y de judicialización de la política. Como sucedió en los señalamientos anteriores, donde salió adelante y logró superarlos. Esta ocasión seguramente no será la excepción.
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