Federico Berrueto
Hay quien justifica el arribo de Andrés Manuel López Obrador
al poder como un buen cauce político para el descontento y desencanto que de
otra forma hubiera resultado en rebelión y descomposición social. Muy elaborado
el argumento y, particularmente, defensivo. Además, la descomposición va en
curso y la rebelión a la ley y a las instituciones se promueve desde la misma
Presidencia de la República.
La violencia verbal es el signo de estos tiempos. El
descontento preexistente ha sido utilizado por el poder para polarizar aún más
a la sociedad. Lo más preocupante es que la intolerancia y el encono es el
lenguaje del partido en el poder y de su gobierno. Hay voces sensatas y
prudentes, pero son anuladas por lo que viene desde la Presidencia. El ánimo de
guerra se ha instalado en el poder. No hay enemigo en realidad, pero el
Presidente recurre a inventarlo a manera de justificar el sometimiento de los
adversarios, el crítico o el independiente.
Tres son las bajas de toda guerra: la verdad, la ley y la
ética. La mentira y la propaganda se sobreponen a la verdad, a veces en
ridículas e hirientes expresiones como eso de que México es ejemplo en el mundo
por el manejo de la pandemia, cuando es el país, por mucho, con la mayor tasa
de letalidad.
La falta mayor del actual gobierno y del presidente López
Obrador es su desdén por la ley. Los capítulos son muchos y ahora para
justificar la ilegalidad, sea la candidatura de Félix Salgado Macedonio, la
extensión de la gestión del presidente de la Corte o las reglas tramposas para
beneficiar al partido gobernante, se recurre a ejemplos del pasado, como si la
ilegalidad fuera precedente válido, amén de que niega su prédica falsa de que
las cosas ya no son como antes.
Se ha perdido piso ético en el proyecto político de la 4T.
Así es porque la prioridad fue lograr y mantener el poder a toda costa, sin
importar los medios. Candidatos impresentables son defendidos desde la
Presidencia. Incluso se raya en la crueldad en temas altamente sensibles, como
la escasez de medicinas o el reclamo de las víctimas o de las mujeres por la
violencia de género existente.
El Presidente no solo reivindica el monopolio de la razón
sino también el de la indignación, descalificando cualquier reclamo, venga de
donde venga. Se arropa en la libertad de expresión, derecho de los ciudadanos,
no de las autoridades. También se apoya en la ausencia de contención. Sin duda,
le ha dado resultado el uso discrecional de la UIF y la mención abusiva e
injuriosa del Presidente a quienes él o los suyos ven como enemigos.
El Presidente de siempre ha sido duro, pero en fechas
recientes lo ha sido más. ¿Respuesta ante los magros resultados?, ¿sensación de
fracaso a la mitad del camino?, ¿reacción preventiva ante una eventual derrota
electoral?, ¿qué es lo que realmente ocurre? Cualquiera que sea el desenlace
electoral, se anticipa para lo que viene será más de lo mismo. _
Federico Berrueto
@berrueto