
Federico Berrueto
Desgarrador por
decir lo menos ser testigos de una de las infamias más crueles que la política
ha impuesto a unos ciudadanos, en su abrumadora mayoría ejemplares y dignos de
reconocimiento. Duele en el alma ver el ensañamiento del régimen político a los
juzgadores en un afán que, por igual es venganza del expresidente López Obrador
por la afrenta que le significaron sentencias adversas o pulsión autoritaria de
erigir un régimen que recupera el providencialismo presidencial, un gobierno
sin contrapesos y sin la contención relativa a la constitucionalidad de los
actos de autoridad y de las decisiones del Congreso, representación de la
nación que se ha vuelto oficialía de partes del gobierno.
Si se trata de eso,
por qué no dejar la humillación en los ministros de la Corte. Por igual
injusto, pero al menos no destruyen al aparato de justicia en su conjunto. Incontenible
la deriva autoritaria, la incapacidad en la coalición gobernante de contener o
mitigar la furia y el odio que deviene de la superioridad. Todo el poder en
contra de los juzgadores, juicio sumarísimo, sin derecho a la defensa ni a la
prueba porque el presidente y su sucesora los han sentenciado de colusión con
el crimen y el dinero. La presunción de inocencia se volvió certeza de
venalidad.
Nada pudo contener
la saña de quien gobernó con crueldad y sin el menor sentido de empatía al que
más lo necesitaba. No ocurrió con los menores con cáncer, las víctimas de la
violencia, las madres buscadoras o los damnificados por los desastres
naturales, ¿por qué sí debiera hacerlo con las juezas y jueces? ¿por qué
descalificar la carrera judicial que no es infalible, pero es una muy buena
fórmula para que lleguen los mejores? ¿por qué castigar a quienes cumplieron
con decencia y honorabilidad su difícil y a veces peligrosa encomienda por la
justicia? ¿realmente consideran cierto, sin prueba alguna, que todo el poder
judicial estaba corrompido? ¿la decisión de un juez del Tribunal del estado de
Morelos de absolver o liberar a una presunta delincuente o probada delincuente
justifica la severa reprensión presidencial a toda la judicatura federal? ¿no
hubo alguien que intentara imponer al menos un poco de racionalidad a la
sinrazón de la reforma judicial del régimen?
El país está
viviendo momentos singulares en su devenir; deseable que la pesadilla no
continúe, aunque hay poca esperanza de ello. Los empoderados se regocijan y
regodean con su determinación de afectar el derecho laboral de los juzgadores y
la expectativa de una buena justicia para todos los mexicanos. ¿Realmente creen
que resulte mejor la elección popular de un listado preseleccionado de
candidatos a juzgador y la creación de un órgano disciplinario que atenta
contra la autonomía del juez o magistrado?
El régimen ha resuelto
que la justicia se separe del cauce sinuoso, lento e incierto de la legalidad para
transitar por el camino de la política, de las certezas que se recrean en la
ideología, la inasible representación popular y el ejercicio vertical del poder.
¿Qué acaso la infalibilidad del voto solo ha producido legisladores ejemplares,
honestos, valientes y capaces? ¿Acaso aquí y en otras partes, antes y ahora el
voto no ha habilitado a gobernadores, alcaldes y presidentes incompetentes y corruptos?
El desdén por las
reglas es compartido por unos y otros. Se cree en la buena voluntad de quien
manda como si la evidencia de todo lugar y de todos los tiempos no fuera
suficiente para ratificar la falsedad de la expectativa. Los hombres no son
ángeles, dijera El Federalista, mejor asumir la realidad y establecer un
sistema que permita que los gobernantes, con las debilidades propias de la
condición humana puedan dar lo mejor de sí mismos, precisamente porque todos
están sujetos a un régimen de rendición de cuentas, transparencia y escrutinio
público.
La república
transitó algunas décadas por una muy imperfecta democracia, hoy se regresa a lo
de siempre, la esperanza del poder justiciero de la presidencia sin contención
alguna.
No es fácil y quizá
ni siquiera fructífero pensar el futuro con el alma rasgada por el abuso del
poder. La tristeza y el enojo por igual son malas compañeras. El desafío de
ahora es encontrar el espacio y ánimo para resistir, sin ingenuidad, sin la
confianza de que lo peor ya aconteció. Es necesario, por razones de salud
nacional, preguntarnos si los juzgadores federales merecían tal castigo.