Alejandro Envila Fisher
Resuelto el proceso electoral en los Estados Unidos a favor de Donald Trump, a México como país y a su gobierno como responsable de la conducción nacional, les corresponde ahora decidir si continúa arriba del tren de la integración comercial, pero también política y cultural que inició formalmente hace 30 años con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, o confirman la decisión de alejarse cada vez más del tratado comercial de Norteamérica, presente aunque no declarada de forma abierta, desde que Andrés Manuel López Obrador llegó al poder en 2018 y empezó a imponer un nuevo trato a los socios, tanto de Canadá como de los Estados Unidos.
La norteamericana es una sociedad tan fracturada como la mexicana, pero la confrontación electoral entre Trump y Kamala Harris dejó en claro una cosa nada buena para México: tanto el trumpismo como sus adversarios demócratas endurecieron, y mucho, su discurso sobre México, sobre la inmigración, las drogas y, en particular, sobre la asociación comercial.
El surgimiento y avance del discurso populista-nacionalista de Trump no ha sido la única razón de ese endurecimiento. Desde la llegada de AMLO, el constante desacato mexicano a los acuerdos comerciales pactados, motivado por la pretensión de redefinir la relación bilateral por fuera de los márgenes fijados en el TMEC, y el éxito relativo del tabasqueño al utilizar carta migratoria como moneda de cambio para hablar, con Trump primero y Joe Biden después, acabaron por contaminar de forma seria las relaciones tanto con Estados Unidos como con Canadá.
La forma en que sus vecinos y socios ven al México de hoy ha cambiado, pero no para bien. Eso ya tuvo consecuencias y tendrá más con la nueva era trumpista.
En materia energética, una de las históricas para México, el cambio de criterios y la contrarreforma eléctrica impulsada por López Obrador para sobreproteger a la Comisión Federal de Electricidad al gusto de Manuel Bartlett, ahuyentó las inversiones en el sector porque la competencia dejó de ser abierta, pues ahora la ley obliga a darle prioridad a la energía producida por CFE, sin importar su costo o daño ambiental.
En la rama petrolera, en el sexenio de López Obrador no hubo contrarreforma, pero se suspendieron las rondas o subastas de derechos de explotación en aguas profundas, lo que garantiza que del lado mexicano, el petróleo se quede en el fondo del mar porque Pemex carece de tecnología para extraerlo, pero también asegura que el mismo petróleo siga siendo extraído y aprovechado por las empresas norteamericanas en el mar territorial estadounidense al norte del Golfo de México, pues desde ahí los gigantes petroleros norteamericanos llegan a los mismos yacimientos. No hay más subastas y tampoco hay más inversión privada significativa en exploración y producción, ni extranjera ni nacional. Los datos de la caída de la plataforma de producción de petróleo de México son públicos y alguna relación habrá con esta decisión política que alejó a los socios comerciales.
En la actividad minera, una expropiación disfrazada de decreto que declaró, en agosto de 2024, a días de concluir el sexenio anterior, Área Natural Protegida, una zona del sureste, afectó de forma directa a la empresa estadounidense Calica, que extraía piedra caliza de esa mina. El hecho provocó el reclamo y las amenazas de un grupo bipartidista de senadores de los Estados Unidos y abrió un litigio internacional por mil 500 millones de dólares que la empresa afectada reclama al país. Más allá del debate ambiental, pues todas las mineras contaminan, al igual que las cerveceras, las petroleras y la construcción de trenes, el reclamo en este caso está en el desconocimiento de las garantías que el TMEC le ofrece a los norteamericanos para instalarse y hacer negocios en México.
Hay otros casos que muestran que ignorar lo pactado en el TMEC, alegando soberanía y protección ambiental que no se respeta en otros proyectos gubernamentales como el Tren Maya, ha sido la constante en la conducta mexicana frente a un vecino cada día más distante. Las consecuencias estructurales de esa conducta están a la vuelta de la esquina para México y no hay ninguna razón para considerarlas positivas, pues el momento de la redefinición política llegó a Estados Unidos con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.