Casi en cada rincón del mundo, la gente gasta más en comida y combustible, rentas y transporte.
Pero la inflación no afecta a todos por igual. Para los migrantes con familiares que dependen del dinero que envían a casa, los precios más altos golpean a las familias dos veces: en casa y en el extranjero.
Los trabajadores migrantes que envían efectivo a sus seres queridos en otro país a menudo ahorran menos porque el alza de los precios les obliga a gastar más. Para algunos, la única opción es trabajar más, con turnos de fin de semana y de noche, o asumir un segundo empleo. Para otros supone recortar en productos básicos como carne y fruta para poder enviar lo que queda de sus ahorros a sus familias, que en ocasiones viven bajo la amenaza del hambre o la violencia.
Carlos Huerta, mexicano de 45 años y que trabaja como conductor en la ciudad de Nueva York, solía enviar unos 200 dólares por semana, pero ahora apenas puede ahorrar unos 100 dólares semanales.
Al otro lado del Atlántico, Lissa Jataas, de 49 años, envía cada mes unos 200 euros (195 dólares) de su trabajo de oficina en Chipre a su familia en Filipinas. Para ahorrar dinero busca comida más barata en la tienda y compra ropa en una tienda benéfica.