
Un efecto recurrente de la mala comunicación es el rebote, el boomerang, que en psicología de masas es la reacción colectiva distinta a los objetivos que los estrategas de la información buscaron originalmente. Y en el caso del debate sobre los narcocorridos, una vez más, la prohibición que han impuesto algunos gobiernos estatales y municipales ha generado lo contrario: miles de usuarios de redes sociales han estado replicado las letras y música de diversos grupos y cantantes y el tema está en el centro del análisis político, debate y agenda legislativa.
Los narcocorridos son un subgénero musical dentro del corrido mexicano que narra las hazañas y la vida de los narcotraficantes. Su finalidad es contar historias de empoderamiento, de violencia y de riqueza fácil, de amores y desamores, muchas veces glorificando las actividades ilegales de los carteles de drogas, pero también, muy útiles, para marcar narcoterritorios, dictar línea de los jefes del crimen, enviar mensajes encriptados a aliados o enemigos, realizar amenazas y hacer reivindicaciones de hechos violentos.
Este estilo musical no es nuevo, desde hace unas cuatro décadas ha ganado un gran número de seguidores en México, América Latina y otras partes del mundo y, con los llamados corridos bélicos transmitidos por las plataformas sociodigitales, sin duda, han tomado un revuelo inaudito.
Los narcocorridos, más allá del debate antropológico cultural, del análisis artístico, del cariz político, de la discusión si la libre expresión o de censura, son instrumentos del aparato de propaganda del crimen organizado tanto en México como en varios países de América Latina y los Estados Unidos, porque sirven para “normalizar” sus hazañas a nivel de masas.
Por ello, en su papel de mensajeros, han pagado cara sus interpretaciones, sus letras y su sobre exposición mediática. Pagan, les pagan y luego pagan hasta con sus vidas los letristas y cantantes si no son del agrado del objetivo o si su papel de mensajeros no fue cumplido.
De "Contrabando y Traición" de Los Tigres del Norte, famosa desde 1974, al “Gavilán” de Luis R. Conríquez, de la época actual, han pasado cientos o miles de historias que marcan parte de nuestra desgracia nacional, contando en parábolas metáforas y elegías las historias de crímenes, jefes de capos, sicarios, traficantes, héroes y traidores. Digamos que la apología del delito en su expresión más tumbada.
En México y algunos países latinoamericanos son estos corridos los apologistas del delito, pero en Europa y Estados Unidos están de moda las series de streaming donde que elogian grandes crímenes o dictan fórmulas para desafiar la estabilidad financiera o la estabilidad de sus estados nacionales. Hay héroes y antihéroes que ganan notoriedad y éxito porque ser malo en la época actual rinde más que mantenerse como los buenos.
A pesar de la controversia que los rodea, los narcocorridos ya nadie los para, nada los puede contener y menos con prohibiciones con las que han impuesto frustradamente autoridades locales del Estado de México, Aguascalientes, Nayarit, Baja California, Chihuahua, Quintana Roo, Sinaloa, Jalisco y Querétaro.
Está en lo correcto la presidenta Claudia Sheinbaum, no se prohibirán, pero sí sería bueno que mejorarán su contenido, lo cual sólo ocurrirá cuando el tejido social tan descompuesto en muchos rincones del país, se hayan restablecido, se hayan resarcidos los daños de las guerras narco insurgentes de cada día. Es decir, cuando la cultura popular retome a los golpes policiacos y militares contra el crimen sean más atractivos que la vorágine del delito.
Más precisos. Estos corridos no solo representan una forma de entretenimiento, sino también una manera de entender y contextualizar la realidad de sus entornos.
Por supuesto, el debate se ha encendido y habrá de apaciguarnos un poco antes de que comencemos a exigir prohibiciones en un país donde la tentación por lo prohibido es más fuerte que la amenaza de cualquier castigo. Y más en la CDMX donde hubo una época que la estigmatización del rock lo llevo a refugiarse a hoyos y bodegones para luego resurgir con fuerza.
La música popular es un reflejo de la sociedad y que prohibir los narcocorridos es una forma de ignorar la realidad del narcotráfico. Los artistas de narcocorridos suelen defender sus canciones como una forma de arte y expresión. Argumentan que no están promoviendo el narcotráfico, sino simplemente contando historias que forman parte de la realidad de muchas comunidades mexicanas.
En 2011, el gobierno del estado de Sinaloa aprobó una ley que prohibía la reproducción de narcocorridos en bares, discotecas y eventos públicos. La medida fue tomada después de que se observara un aumento en la violencia atribuida a los carteles de drogas. ¿Y ayudó en algo dicha prohibición? ¿Acaso hoy Sinaloa vive en la gloria?
Y lo mismo podemos decir de Chihuahua, Michoacán, Jalisco o Guanajuato, donde la limitación a la difusión de narcocorridos, incluso forzando a algunos medios de comunicación a no reproducir estas canciones ha sido en vano; se han impuesto multas a quienes infrinjan las regulaciones, sin que ello inhiba su consumo.
Los narcocorridos son una forma de expresión musical que ha logrado capturar la atención de una vasta audiencia, a pesar de la censura y la controversia que los rodea. La lucha entre la libertad de expresión y la necesidad de controlar la glorificación de actividades ilegales es un tema que seguirá generando debate en la sociedad mexicana y más allá, lo cual debe ser tarea de quienes hacen antropología y ciencia social.
La tentación por lo prohibido, como se menciona es el título de esta colaboración, es un factor importante que sigue impulsando la popularidad de los narcocorridos. La prohibición puede, en muchos casos, aumentar la atracción por lo censurado, haciendo que este tipo de música siga siendo un fenómeno cultural relevante.
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