Luis Acevedo
Pesquera
En el marco de
la pandemia, las referencias cultas se han centrado en “La Peste”, la
espléndida novela de Albert Camus en la que se relata los efectos de una
epidemia que desemboca en la muerte diaria de centenares de personas y que
debido a la transmisión imparable de la enfermedad obliga a imponer un severo
aislamiento que trastoca a los individuos y saca lo peor y mejor de la
sociedad, pero también pone en evidencia a las autoridades.
Desde otra
perspectiva, el filósofo Michel Foucault, en su libro “Vigilar y castigar”, se
refiere a las normas que se impusieron en el siglo XVIII en una ciudad francesa
que fue atacada por una peste.
“Se ordena a
cada uno que se encierre en su casa, con la prohibición de salir (…) cada
familia habrá acumulado sus provisiones (…); cuando sea absolutamente preciso
salir de las casas, se hará por turno, y evitando todo encuentro”. Cualquier
relación con la cuarentena, es la pura realidad.
De cara a la
pandemia del coronavirus, las coincidencias descritas por el escritor y el
filósofo resultan naturales con el momento que se vive en el mundo,
especialmente en México.
Mientras Camus
refiere al efecto que puede tener un problema biológico sobre la “moral”,
Foucault centra su atención en lo que llama la “sociedad disciplinaria”, que ampliaría
en sus análisis sobre la prisión y en donde esta disciplina no solamente atenderá
desde la perspectiva punitiva o carcelaria, sino también médica, psiquiátrica,
industrial, escolar y ciudadana que, en nuestro caso, la podríamos visualizar
en “Su-sana distancia”.
En general,
estas figuras reflejan actitudes políticas, pero sobre todo actos de poder.
De cara a la
pandemia, el gobierno mexicano no ha sabido ejercer el poder para manejar la
emergencia sanitaria y sus consecuencias económicas, aunque de manera simplista
ha echado mano de la política para enfrentar lo inevitable en materia de
atención hospitalaria y al garantizar el flujo monetario durante el
confinamiento productivo. No había de otra.
Lo que se ha
hecho hasta ahora son procesos elementales para cualquier autoridad, pero que
eluden su responsabilidad social, política y de ejercicio del poder al mostrar
incapacidad para crear un ambiente solidario o, mejor aún, una “moral” frente a
las crisis (médica y económica), como plantea Camus, o “disciplinaria”, al modo
de Foucault, y que se podrían expresar en el simple uso generalizado del
cubrebocas, como un acto de cuidado personal y respeto del prójimo que se
convertiría en una política pública de salud.
En algunos
países, en donde se ha controlado con el éxito que permite la enfermedad del
coronavirus, se planteó una ideología clara de la conveniencia por atender la
salud desde los hogares y, con ello, resolver los problemas económicos del
confinamiento mediante acciones de política pública basadas en la economía formal
y entre los auténticamente pobres.
Los problemas
creados por la pandemia desplazaron la necesidad democrática de analizar el
poder actual del Estado y su responsabilidad en el ejercicio de la política,
porque inevitablemente el COVID-19 ya modificó la trayectoria del destino de la
sociedad mexicana.
El debate
necesario ante el desconfinamiento desordenado, que se magnifica con el avance
de los contagios y muertes, no debería estar opacado por la propaganda mediática
de procesos judiciales como el de Emilio Lozoya que contrasta con la
judialización en contra de los enemigos políticos del actual régimen, anticipar
un año las disputas electorales, acusaciones presidenciales del Narcoestado en
gobiernos anteriores, como si la estructura que se reprocha se hubiera saneado
hace casi dos años o si el actual régimen no estuviera afectado por la
delincuencia y si la inseguridad creciente, el desempleo y la incertidumbre ya
no formaran parte de la realidad mexicana.
La ineficacia de
las autoridades, que abrevan de su ignorancia y de las ocurrencias de cada
mañana, han preferido reforzar la idea de que la sociedad mexicana inexorablemente
necesita del gobierno porque no sabe cómo ordenarse ni articularse sin el asistencialismo
del Estado, en lugar del debate abierto, participativo y democrático sobre el
futuro nacional, no a mano alzada ni con trampas legislativas.
El primero de
septiembre es la oportunidad ideal para que el gobierno lance esa convocatoria
que se deberá reflejar en el cambio estructural económico y político basado en
la unidad nacional y en la generación de oportunidades, porque la pandemia y la
falta de visión ya se encargaron de cambiar las expectativas del país y porque
el poder hay que saberlo ejercer, más cuando se ejercita desde el Estado.
@lusacevedop