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Ningún partido murió ayer

por Javier Treviño
06-06-2022

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Antes de las elecciones de ayer, en seis estados, había quienes argumentaban que podríamos estar presenciando la muerte de alguno de los partidos políticos mexicanos de oposición. Hemos sido testigos de la “durabilidad” de los partidos tradicionales. Parecería que los partidos no mueren, sólo se transforman, cuando sufren reveses sustanciales. Hay cierta capacidad de adaptabilidad ante nuevos desafíos y restricciones.

Sin embargo, la elección de ayer me recordó un libro que leí hace algunos años. Noam Lupu, profesor de la Universidad de Vanderbilt, es un experto en el estudio comparado de los partidos políticos. Lupu es autor de “Party Brands in Crisis” (Cambridge, 2016), donde analiza la rápida desaparición de varios venerables partidos políticos en América Latina.

¿Qué hace que un partido muera? Según Lupu, debe haber una combinación fatal de dos fuerzas. En primer lugar, un deterioro en la economía cuando ese partido está en el gobierno. Aunque eso siempre daña a un partido político, tiene una base de seguidores leales, que lo mantienen incluso en tiempos difíciles. En segundo lugar, cuando lo anterior se combina con un cambio repentino de marca. Si un partido cambia radicalmente sus posiciones políticas, puede alejar a sus seguidores más fervientes, quienes no estarán allí la próxima vez que se culpe al partido por algo que sale mal.


Lupu nos relata dos casos, en Argentina y Venezuela.

La Unión Civil Radical (UCR) de Argentina y el partido peronista dominaron la política argentina durante décadas, ganando alrededor del 80 por ciento de los votos combinados entre 1946 y 1999. La UCR recibió un duro golpe en las elecciones de 1989 cuando se le culpó de una crisis de hiperinflación, pero sus principales partidarios se mantuvieron firmes y el grupo político sobrevivió. La historia fue diferente en 2003, cuando la UCR y los líderes peronistas cambiaron de posición rápidamente para abordar otra crisis económica y formaron algunas coaliciones entre partidos. Incluso los partidarios más leales de los partidos tuvieron dificultades para descubrir lo que representaban. La UCR había ganado la presidencia apenas cuatro años antes, pero en 2003 se les culpó de una mala economía y no tenían a nadie que luchara por ellos. Obtuvieron sólo el 2 por ciento de los votos.

Lupu encuentra que algo similar les sucedió a los dos partidos más grandes de Venezuela, Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI). Estos partidos dominaron la política venezolana en la segunda mitad del siglo XX, sólo para cerrar funcionalmente dentro de un ciclo electoral. Como señala Lupu, la muerte de un partido importante puede provocar una inestabilidad sustancial en un sistema político. Venezuela pudo resistir un intento de golpe de estado de Hugo Chávez cuando tenía un sistema de partidos funcional.

No es fácil armar una coalición política ganadora. Las democracias son sorprendentemente frágiles en ausencia de partidos funcionales. Los partidos son organizaciones clave para que una democracia procese políticamente –y no violentamente-- todos los retos que enfrenta.

En Estados Unidos, después de las elecciones presidenciales de 2008, que llevaron a Barack Obama al poder, muchos pensaron que el Partido Republicano estaba condenado a desaparecer. Aunque Obama fue reelegido en 2012, durante las elecciones intermedias de 2014, seis años después de haber sido declarado muerto, el Partido Republicano controlaba la Cámara de Representantes, el Senado y 31 gubernaturas. El partido Demócrata vive hoy una crisis existencial frente a las elecciones de noviembre.

El futuro de los partidos no está en las encuestas

Aunque muchos analistas mexicanos lleguen a conclusiones madrugadoras cuestionables, después de la elección de ayer, los partidos son sorprendentemente resistentes. Sobreviven derrotas electorales, escándalos, malos candidatos, cambios en sus posiciones, simpatizantes enojados. El obituario de hoy de los partidos de oposición es prematuro e impreciso. Pueden recuperarse en poco tiempo. Pueden hacer la travesía del desierto. El ciclo inicia de nuevo: un partido sufre una gran derrota, es declarado muerto y vuelve a ganar grandes victorias dos, cuatro, seis años después.

Los partidos pueden sobrevivir a una variedad de reformas diseñadas para debilitarlos o incluso matarlos. ¿Qué hay detrás de esta resiliencia partidista? Tal vez que los ciudadanos se dan cuenta de que que votar por cualquier otra cosa, que no sean los partidos más populares, tiende a ser un voto desperdiciado.

Desde mediados de la década de 1990, una cuarta parte de los partidos políticos establecidos en América Latina se ha derrumbado. Muchos se han vuelto irrelevantes al pasar de una elección a otra. ¿Cuáles han sido las explicaciones? El mal desempeño de sus gobiernos o de sus líderes, junto con cambios institucionales o sociales en los países.

Pero lo importante es entender por qué algunos partidos dentro de un sistema se fracturan mientras que otros sobreviven. Hay algo que debemos aprender de la interacción entre el comportamiento de la élite y las actitudes de las masas: Las tradiciones partidistas se han revertido. Las diferencias entre un partido y sus competidores se han desdibujado. Esos cambios diluyen la marca del partido. Esa dilución de la marca lleva a la ruptura. Y eso afecta la simpatía de los votantes. En América Latina, cuando las marcas diluidas se combinaron con la crisis económica, los partidos establecidos se fracturaron, y algunos desaparecieron.

La inconsistencia y la convergencia erosionan a los partidos. Cuando un partido cambia su posición o decide hacer alianza con otro partido muy diferente y eso coincide con un desastre económico o agitación social, es probable que se colapse. De hecho, estas variables contribuyen en gran medida a explicar ocho de los once casos de ruptura de partidos en América Latina que estudia Lupu en su libro.

Aquéllos con raíces más profundas en la sociedad y vínculos partidistas más fuertes pueden tener más margen para diluir sus marcas que aquéllos con raíces menos profundas y vínculos más débiles. Los partidos que son más clientelares pueden obtener suficientes votos para sobrevivir incluso con una base partidista disminuida y un mal desempeño.

Los partidos regularmente enfrentan disyuntivas entre atraer nuevos votantes y mantener una base partidista. Si a los partidos les importa su marca, es posible que prefieran ser coherentes en sus posiciones y diferenciarse de sus oponentes. Esa preferencia puede entrar en conflicto con el incentivo electoral de converger ante el votante promedio.

Las fracutras de los partidos siempre tienen efectos perjudiciales sobre la democracia. Una vez que un partido se derrumba, es poco probable que vuelva a ser competitivos electoralmente. Generalmente, estos colapsos repentinos fragmentan el sistema de partidos, con nuevos partidos que emergen como vehículos electorales.

Debido a que los partidos políticos desempeñan papeles cruciales para facilitar la representación democrática y la rendición de cuentas, la erosión del partidismo y la fractura de los partidos plantean una amenaza para la calidad de nuestra democracia.

La tentación de percibir que un partido está al borde de la muerte ha estado con nosotros durante décadas. Tal vez algunos analistas quieren ver las elecciones como si fueran una guerra, como si la derrota en una elección fuera similar a la destrucción de un ejército en un campo de batalla.

Las elecciones no son batallas apocalípticas. No hay victorias permanentes. Los derrotados se recuperan para volver a luchar. Tal vez en el 2024 las etiquetas de las coaliciones no signifiquen lo mismo. Falta mucho tiempo.

Por lo pronto, los políticos deberían recordar que la división en facciones internas puede devastar a un partido. Los partidos exitosos son los que tienen una adaptabilidad que les permite cambiar, incluso intercambiar lugares en algunos aspectos, a medida que cambia el mundo a su alrededor.

Los informes sobre la muerte de algún partido aún son bastante prematuros. Eso nos recuerda al telegrama aclaratorio que envió Mark Twain, en 1897, al New York Journal: “La noticia de mi muerte fue una exageración”.