Malquerientes y colaboracionistas de Andrés Manuel López Obrador por igual resuelven sus estados de ánimo con la idea de que su gobierno está en el último tercio. Quitan las hojas del calendario con alivio, como muchos mexicanos más genuinamente preocupados por la manera como el presidente conduce la nave gubernamental. López Obrador podrá gozar de una opinión favorable de la mayoría de los mexicanos, pero no de aquellos con mejor formación, con más capacidad para diferenciar información de propaganda, con sentido del costo para reconstruir la devastación en curso.
El tiempo pasa y la preocupación debería ser mayor hoy que al inicio, porque los presidentes excedidos en su despliegue de poder y con la obsesión de trascendencia, como López Portillo, Carlos Salinas o ahora López Obrador, al advertir la rapidez del tiempo que resta y la imposibilidad de materializar sus anhelos de poder, los vuelve más impredecibles y propensos a decisiones desesperadas, producto del arrebato y del impulso. La embestida contra la Corte, la iniciativa inconstitucional sobre la Guardia Nacional o su desplante hacia sus socios comerciales por la política estatista en materia eléctrica son algunas de sus expresiones.
López Obrador no cambiará, se radicalizará en la medida que vea alejado del horizonte su proyecto político y material. Lo político es reversible e impredecible, además de veleidoso; su apuesta a la militarización es una traición a la postura histórica de la izquierda democrática; los resultados en lucha contra la corrupción, combate a la pobreza y la desigualdad y crecimiento económico se enmarcan con tranquilidad en el cuadro de las intenciones, no de las realizaciones. Tres obras emblemáticas quedan en entredicho. El aeropuerto Felipe Ángeles no prendió, y el presidente cancela vuelos en el Benito Juárez y evita la migración a Toluca, inercia natural por la mejor conectividad, hacia la parte más dinámica del Valle de México.
El presidente rechazó la licitación para la construcción de Dos Bocas por el costo y los tiempos de cumplimiento. Muy a su modo prometió que el gobierno construiría y lo haría en mejores términos que la oferta de las empresas más acreditadas del mundo. El costo original del proyecto de 8 mil millones de dólares se ha elevado a 20 mdd, y es difícil que el gobierno actual vea el inicio regular de operaciones y de producción de gasolinas. A La señora encargada del proyecto, Rocío Nahle, cuestionada desde muchos frentes, incluso el de la probidad, se le perfila para ser premiada como gobernadora de Veracruz.
El Tren Maya también registra atraso importante y un incremento del costo, del que apenas tenemos aproximación. Muy complicado su operación regular durante este gobierno, ya no digamos en 2023 que fue el compromiso presidencial. Javier May, responsable del proyecto y quien remplazó al cuestionado Rogelio Jiménez Pons, en enero habló de 7 meses de retraso. Los amparos y las dificultades para avanzar cuidando el patrimonio cultural o el entorno ecológico, llevan a pensar en un atraso aún mayor tratándose de los tramos 6 y 7 a cargo de la Sedena y que representan más de 530 Km. El costo estimado del proyecto original fue de 120,000 millones de pesos; de acuerdo con El Economista, al momento se tienen comprometidos 299,367 millones, 150% de aumento y todavía más por considerar.
Son muchos los temas de preocupación de López Obrador. Sin embargo, ha centrado su atención en los temas electorales. Para el próximo año anticipó la campaña de Delfina Gómez para el Estado de México y próximamente se definirá candidato para Coahuila. 2024 es de pronóstico reservado. El apoyo presidencial a Claudia Sheinbaum es ostensible, pero nada hay escrito, como pudo verse en el éxito político reciente de Ricardo Monreal en el Senado. Ya se ha dicho, la popularidad del presidente es intransferible; además, de ser Sheinbaum la opción, nada mejor que la pronta intervención de un consultor experto en la gestión de emociones, la mayor debilidad de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.