Carlos Ramírez
El papel de los
intelectuales en la estructura del poder ha sido uno de los pasivos en
el funcionamiento del sistema político priísta vigente de mediados del siglo XX
a la fecha. El presidente López Obrador volvió a abrir el debate en la
conferencia matutina del lunes pasado para dividirlos entre
conservadores opositores y simpatizantes de su gobierno.
En 1972 el ensayista y poeta Octavio Paz logró dirimir disputas
sin salida: en el número 13 de la revisita Plural abrió un debate
sobre “los escritores y la política”. De los textos de invitados y de los dos
propios de Paz se pudo inferir una salida necesaria en el
deslindamiento: la función del intelectual es criticar, aunque, como
terminó su ensayo Posdata de 1970, la crítica debe comenzar con la autocrítica.
Los intelectuales han tenido un espacio importante en el seno del sistema
político priísta. Se les puede acomodar en el grupo de “sectores invisibles”
del régimen: formaciones sociales que no pertenecían de manera orgánica
al PRI, pero que se movían en la funcionalidad del sistema político priísta
como la caja negra en cuyo seno se distribuían valores y beneficios por
la mano presidencial dominante. Es decir, los intelectuales eran priístas
sin serlo.
Los intelectuales nunca participaron en definición alguna
del gobierno, del régimen o del sistema político. Fueron imagen como los
que llegaron a posiciones de poder --senador Martín Luis Guzmán y embajador
Carlos Fuentes y embajador Octavio Paz--, aunque cada quien con sus
reforzamientos y deslindamientos. El valor de los intelectuales estuvo
en sus opiniones de coyuntura, pero sin participar de los beneficios.
Estos intelectuales se movían en las goteras del régimen, ejercían la critica
directa y de confrontación y no estaban aliados a la oposición.
Al final, los intelectuales eran parte invisible del
sistema/régimen/Estado aún en posiciones de críticas destructivas. El régimen priista
era fuerte como para lidiar con posiciones rupturistas como las de
Manuel Moreno Sánchez o José Revueltas o Daniel Cosío Villegas. Lo importante
era que las revelaciones críticas de los intelectuales contribuían a
impulsar cambios y reformas.
Los intelectuales pasaron a la oposición social no
partidista en el movimiento estudiantil del 68 como abajo firmantes de
desplegados, pero salvo José Revueltas ninguno saltó a la acción directa.
En realidad, en el 68 no existía oposición partidista organizada: el PPS
era parte del PRI, el PAN funcionaba como grupo de presión y el Partido
Comunista se movía en la clandestinidad sin ninguna influencia en la
desarticulada y lobotomizada clase obrera.
La renuncia de Paz a la embajada mexicana en la India estuvo a un
paso de convertirse en disidencia rupturista: junto con Heberto Castillo y
Carlos Fuentes, Paz participó en los primeros pasos para construir un
partido de izquierda socialista democrática; sin embargo, bien pronto se percató
que la izquierda era --una caracterización que sigue calando en la historia--
“retobona”.
López Obrador cautivó con sus protestas a cierto sector de
la intelectualidad disidente dentro del régimen, pero nunca encontró forma
de incrustarse en la estructura de poder. Monsiváis se distanció
del lopezobradorismo después del plantón en Reforma en 2006. En los hechos, el
proyecto político de López Obrador era social, de militancia, y no de
alianzas intelectuales. En el 2006 y el 2012 muchos de los intelectuales hoy contrarios
a López Obrador votaron por él ante la alternativa del PRI y del PAN en ese
entonces.
La libertad de critica de los intelectuales es un antídoto
contra los dogmatismos de apoyo y de oposición. Revueltas, el intelectual por
excelencia, criticó al PCM y provocó dos expulsiones y al final decidió
transitar en la soledad de sus reflexiones críticas. Fuentes se enroló con
Echeverría y se quedó a la vera del camino con una llanta ponchada. Aguilar Camín
se convirtió en el intelectual tipológico de la generación neoliberal
salinista.
El síndrome de los intelectuales radica en suponerse los consejeros
del Príncipe, pero ante ejemplos en la historia que prueban que los Príncipes
no necesitan consejeros sino bufones del Rey Lear. El problema, en
realidad, no es de los Príncipes que toleran a los intelectuales, sino de los
intelectuales con aspiraciones maquiavelianas.
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Política para dummies: “La historia de la literatura moderna, desde los románticos
alemanes e ingleses hasta nuestros días, es la historia de una larga pasión
desdichada por la política”: Octavio Paz.
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