Javier Treviño
Veo las conferencias de prensa matutinas del Presidente de México casi todos los días. Cada vez que el Presidente Andrés Manuel López Obrador dice en sus mañaneras las palabras “nuestros adversarios”, me pregunto: ¿a quién tiene en mente? ¿Qué gana con eso? ¿Por qué tales “adversarios” recogen el guante y se ponen a pelear? A veces me parece que sería útil recordar que el nombre oficial de nuestro país es “Estados Unidos Mexicanos”. ¿Estamos unidos de verdad? ¿Por qué empeñarnos en dividir a la nación? ¿Acaso no vemos lo que pasa en otros países?
Los deplorables acontecimientos del 6 de enero en el Capitolio han generado todo tipo de reflexiones de personalidades estadounidenses. Dos de ellas son aleccionadoras. Empiezo con Madeleine Albright, Embajadora de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas y Secretaria de Estado durante el gobierno de Bill Clinton. Publicó esta semana un extraordinario ensayo en la revista Time: “Us” vs. “Them” Thinking is tearing America apart https://bit.ly/39Tp2en .
Albright escribe cómo en este momento de crisis, tristeza y esperanza en Estados Unidos es importante reflexionar sobre dos de las palabras más peligrosas que existen en el vocabulario: “nosotros” y “ellos”.
La Embajadora Albright dice que el impulso a escoger un lado u otro, en un conflicto, es inherente a nuestra especie. Relata que los psicólogos describen el deseo que tenemos de estar seguros, y de unirnos a los grupos con los que tenemos afinidad, tal como nuestro miedo a lo desconocido, o nuestra vanidad. Siempre nos gusta pensar que somos mejores o más listos que los demás, dice Albright. Somos exclusivistas. Es lo que ha moldeado nuestra historia.
Albright narra cómo de niña, en Europa, su vida estuvo afectada por ese concepto racista de Hitler de “nosotros contra ellos”. También nos cuenta la visión más ideológica de Stalin, pero que al final era lo mismo: “ellos contra nosotros”.
Como Secretaria de Estado, recuerda sus retos en los Balcanes, el Cáucaso, África, el Medio Oriente y los choques étnicos, religiosos, raciales e ideológicos. Y se refiere a la fortaleza de lo que era el modelo original de Estados Unidos, E Pluribus Unum, la frase que en latín significa “de muchos, uno”, que es uno de los primeros lemas nacionales de los Estados Unidos y alude a la integración de las trece colonias para crear un solo país independiente.
Albright se lamenta que mientras la nación se prepara para el inicio de un nuevo gobierno, ya no se ve ese modelo en Estados Unidos. Hoy existen fuerzas inmensamente destructivas en su país. Parecería que pasó un huracán devastador por el tejido social en los últimos cuatro años. Manifestaciones, odio, amenazas, asedios, vandalismo en un período muy corto. En lugar de debates, ahora hay peleas a gritos. “Se han afectado las instituciones democráticas”, concluye Albright.
Ahora los estadounidenses ven a sus oponentes partidistas, “nuestros adversarios”, como agentes del demonio. Los prejuicios se refuerzan según sea la orientación de las cadenas de televisión y las redes sociales que seleccionen. El argumento de Albright es muy claro: algunos prefieren vivir en un país en el que “ellos” no tuvieran un lugar. Eso es lo que se reflejó el 6 de enero con la turba que intentó penetrar en el Capitolio.
Seguramente Abraham Lincoln, fundador del Partido Republicano, se está revolcando en su mausoleo. Las divisiones promovidas por su partido se han extendido más allá de la lucha política para dividir a la gente en los campos de la religión, raza, género, educación, etnicidad, orientación sexual, origen urbano o rural.
Al ser confrontados por esta realidad, muchos ciudadanos están tentados a retraerse más y quedarse muy dentro de sus respectivos grupos, con los que se identifican. Otros insisten irresponsablemente que todas estas categorías de división son irrelevantes y no deberían importar.
Albright nos dice, con razón, que ninguno de esos dos enfoques funcionan. Exacerbar las diferencias es un camino al desastre. Negar que existan, es otro camino a la desgracia. Y propone: en lugar de fantasear con una supuesta armonía, que está fuera de nuestro alcance, deberíamos enfocarnos en asegurar que los desacuerdos inevitables nos lleven a resultados constructivos, cuando sea posible.
La democracia fue diseñada para ayudar a ese proceso que nos menciona Albright, justamente. Y se basa en la premisa de que los ciudadanos prefieren a los constructores, más que a los destructores.
Ni partidarios ni adversarios, tienen el monopolio de la verdad o de la virtud. Cuando hablemos de “nosotros” tenemos que hacerlo con humildad. Después de dos años en el gobierno, el aprendizaje debería permitir a los líderes de la 4T la admisión de nuevas ideas.
Ahora que se aproximan nuestras elecciones del 6 de junio, deberíamos analizar la recomendación de Albright: tenemos el derecho a debatir; porque en el debate está también la democracia. Pero tenemos la responsabilidad de hablar con la verdad, con franqueza, escuchar cuidadosamente, reconocer nuestras faltas, no poner etiquetas a los que no están de acuerdo con nosotros.
Cuando dividimos a la república, no solucionamos las necesidades, ni atendemos las aspiraciones, ni fortalecemos los valores de los ciudadanos. Siempre recordemos que somos un solo país, y no dos. No porque tengamos diferencias importantes, debemos dejar de reconocer que tenemos mucho en común como sociedad. El concepto de “nuestros adversarios” no debería tener lugar en el vocabulario de un Jefe de Estado. Albright tiene toda la razón: “Pertenecemos a una nación, más allá del “nosotros” y el “ellos”.
La segunda reflexión que quisiera mencionar es la de George Shultz. El 11 de diciembre pasado, el diario Washington Post publicó un artículo de George P. Shultz https://wapo.st/3nOxC2D , quien apenas cumplió 100 años y se desempeñó como Secretario de Estado, Secretario del Tesoro y Secretario del Trabajo de Estados Unidos. Sigue activo en la Universidad de Stanford como académico de la Hoover Institution. Por muchos años, Shultz copresidió también el North American Forum, junto con Pedro Aspe de México y Peter Lougheed de Canadá.
En su artículo, Shultz nos comparte las 10 cosas más importantes que aprendió a lo largo de su vida. Pero lo más importante, nos dice, es que “la confianza es la moneda del reino; cuando la confianza está en el lugar, pasan buenas cosas; cuando no hay confianza, no hay buenos resultados”.
Shultz relata que un día, cuando era Secretario de Estado en el gobierno de Ronald Reagan, llevó un borrador de discurso de política exterior a la Oficina Oval para revisión del Presidente. Reagan leyó el discurso y le dijo: “está muy bien”. Pero luego empezó a marcarlo y en el margen de una página escribió: “historia”. Y Shultz le preguntó qué quería decir con eso. Reagan le respondió: “ése es el punto más importante”. Añadir siempre una historia relevante, un relato, atrae a tu audiencia. De esa manera, tocará no sólo sus mentes sino sus emociones. Contar una historia te ayuda mucho más a comunicar que cuando usas una abstracción intelectual. Una historia construye un vínculo emocional, y con un vínculo emocional construyes confianza.
Con el escrito de Shultz podemos aprender que para que el país funcione, la confianza es fundamental, y debe ser recíproca. Si la confianza está presente, todo es posible. Si no hay confianza, nada es posible. La gente confía en los líderes que hablan con la verdad. Con ese vínculo se pueden hacer muchas cosas juntos y cambiar el país para mejorar.