Una niña mira el derrumbe de su madre sin darse cuenta de lo que sucede. Y lo cuenta como si la caída fuera el proceso normal que todos los adultos atraviesan. Mira la depresión dentro de un cuarto oscuro, el abuso sicológico revestido de ciertos lujos, observa como el suicidio se pasea por en su casa pese a la exuberancia que la adorna. Mira los abismos y no los comprende pero los cuenta.
Pilar Quintana no es esa niña, pero le ha dado voz y la ha nombrado como Claudia, personaje central de “Los abismos”, la novela reconocida con el Premio Alfaguara 2021. La narradora ya había descorrido el velo de la maternidad y sus complejidades con “La perra”, y ahora no sólo quita todo el ornato y la parafernalia, sino que ahonda en las vicisitudes de ser madre.
En algún momento de “Los abismos”, un personaje señala que si hubiera podido decidir, habría elegido no ser madre. Y esa idea permea en toda la novela como reflejo de una sociedad que no hablaba de ello.
“Uno se pregunta cuántos de los hijos de nuestras generaciones somos producto de la maternidad impuesta. Yo creo que ni se hacían la pregunta de si querían o no ser madres, simplemente muchas llegaban a serlo porque era lo que se esperaba que hicieran. Fueron mujeres que de repente se encontraron siendo madres y muchas descubrieron que eso no las hacía felices”.
Además, la construcción de la voz en “Los abismos” consigue trasmitir en directo la caída de un matrimonio destinado al fracaso. Y acaso por ello la novela es un camino de nostalgia y melancolía, de un futuro que se sabe árido y sin esperanzas.
“Hay algo que me parece bien interesante y son las novelas con un personaje niño, porque se ve el mundo a través de sus ojos. Eso lo hace más brutal, el niño normaliza lo que está pasando a su alrededor y cuando lo cuenta como algo normal es aún más terrible. No es un adulto juzgando y diciendo las cosas horribles que pasó, sino es un niño contando los hechos como si fueran comunes, cuando en realidad son brutales”.