Cuando los gobernantes se sienten vulnerados se atrincheran, se rodean sólo de los que considera “sus hermanos” y, aún así, desconfían de todo: de su equipo, de quienes les tienden la mano, de quienes buscan apoyarlos y de quienes se presentan como los más fieles y capaces hasta de matar por ellos. El fantasma de la traición los lleva a cometer errores, a sacudirse a elementos indispensables en la función pública y operadores efectivos.
Yves Roucaute y Denis Jeambar en ese famoso y citado ensayo Elogio de la traición, se citan varios casos de traiciones memorables que han cambiado la historia: “¿Qué sería la pasión y gloria de Cristo sin la ‘traición’ de Judas? ¿Hubiera nacido la Iglesia sin las negaciones de Pedro?”, sentencian.
Por eso, los gobernantes al filo del fin de sus regímenes tienden a depurar sus equipos, cambian el trato y las preferencias. “En política, innovar es siempre traicionar”, apunta el citado ensayo.
“La negación es siempre una forma superior de gobernar”, por eso nunca dirán que mueven a sus funcionarios por desconfianza, por deficiencias o porque son incapaces de disciplinarse a lo que se les dicta, tengan o no la razón.
Ha pasado este fenómeno cuando estallan en crisis, cuando la escalada de errores hace indefendible su permanencia o cuando trabajan para sí y no para quien les dio la gloria, el lugar y la posibilidad de trascender (claro, pero de la mano del líder, no por traición a éste).
“Balzac: Un hombre que se jacta de no haber cambiado jamás de opinión es un hombre que trata de ir siempre en línea recta, un necio que cree en la infalibilidad… no existen principios, sino sólo acontecimientos, no existen leyes sino sólo circunstancias (...) El hombre superior asume los acontecimientos para dirigirlos (…) El hombre no está obligado a ser más prudente que toda una nación”, rematan Yves Roucaute y Denis Jeambar al referirse a esa necesidad que tienen algunos líderes para retener el poder para sí y por encima de todos.
Otro teórico, Sun Tzu, en El arte de la guerrarecomienda a los comandantes aprender a engañar a sus adversarios. Cuando se busca atacar se puede aparentar debilidad, incapacidad y limitaciones; retraen las tropas para aparentar inactividad, pero, en realidad, este movimiento es para hacerle creer al enemigo que está lejos y se colocan cebos para atraerlos a su trinchera.
Pocos son los gobernantes que acuden a esta lógica y muy pocos a quienes les resulta favorable, en la mayoría de las veces son los adversarios internos y externos los que sacan provecho de la ventana de oportunidad que se les presenta. La estrategia es aparentar debilidad, jalar al adversario al terreno que se quiere y luego golpearlo está confiado, enrolado ydesordenado. Es decir, retraerse para contragolpear.
“Prepararse contra él (enemigo) cuando estás seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo”, dicta el estratega.
Otro factor que lleva a los gobernantes atrincherarse es porque su autoridad moral está debilitada o perdida. Cuando el poder político no es suficiente para controlar a sus gobernados. Apunta la maestra de nuestra querida Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Jaqueline Peschard, que “ungobierno atrincherado recurre a la imposición, echa mano de su fuerza punitiva para limitar espacios de actuación que, en otros contextos, habrían sido no sólo bien acogidos, sino alentados”.
Rodearse de los más cercanos para no arriesgar el futuro propio y no caer en desgracia como tantos otros ejemplos. La historia mundial y nacional está rodeada de ejemplos, como fueron las relaciones Calles y Obregón, Cárdenas y Calles, Díaz Ordaz y Echeverría, Echeverría y López Portillo, Salinas y Zedillo, por citar algunos.
A tres años de concluir el gobierno, el ambiente político está impregnado de futurismo y de sucesión presidencial, de tapadismo (envueltos ahora en corcholatas), además de un mensaje presidencial con sabor a despedida: “Ya hasta podría irme del gobierno con mi conciencia muy tranquila, porque, saben, ya sería muy difícil a los conservadores a estas alturas, dar marcha atrás a lo que hemos conseguido”.
Así, el presidente de la República se atrinchera prematuramente. En este último semestre ha realizado cambios en su gabinete, moviendo a los funcionarios responsables de aterrizar las ofertas de su programa de campaña. Es decir, los funcionarios más importantes porque son los que harían cumplir las ofertas:
Sacó a Irma Eréndira Sandoval de la Función Pública, encargada del combate a la corrupción. Removió ya tres veces al jefe de la política económica, el titular de Hacienda (Carlos Urzúa, Arturo Herrera y ahora llega Rogelio Ramírez de la O). Por cuestiones electorales, también cambió a su responsable de seguridad ciudadana, Alfonso Durazo y echó mano de una amiga leal como Rosa Icela. Hubo cambios en la dirección de la política social, con la llegada de otro tabasqueño, Javier May, a quien también lo ven fuera del gabinete.
Y ahora tocó a Olga Sánchez Cordero, y llega Adán Augusto a recuperar la fuerza de la Secretaría de Gobernación: ser el encargado de la política interna, de la gobernabilidad, el jefe del gabinete, el garante del diálogo y respeto a los derechos humanos y, ante la ausencia de un control de la información de inteligencia, quizá también regrese al ex CISEN a su servicio.
Así, a la mitad del camino, como refiere el propio mandatario, lo que observamos es un gobernante atrincherado con los más-más cercanos, desconfiado, enojado porque los resultados en su relación con el Legislativo y el Poder Judicial no son como él pensaba. Como se ha reiterado en otras columnas, el horizonte de la elección presidencial del 2024 no es un pase automático para los afines a la 4T, y AMLO, quien tiene el colmillo político más retorcido, lo sabe.
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