Federico Berrueto
Al presidente López Obrador le apremia el tiempo. Hace bien,
el periodo de gobierno se va más rápido de lo que parece. En su caso, la toma
de posesión del sucesor o sucesora habrá de darse el 1º de octubre, dos meses
menos por la reforma que acortó el periodo entre la elección y el inicio del
gobierno. Todos los presidentes llegan muy tarde a comprender la fluidez de los
acontecimientos.
Esta preocupación ha llevado al Presidente a la
irracionalidad en la entrega de obras. Es posible, por la disciplina propia del
sector castrense, que el aeropuerto Felipe Ángeles fuera el único caso que
pudiera estar operando en tiempo. Es prácticamente imposible que la refinería
de Dos Bocas o el Tren Maya estuvieran en operación en lo previsto.
A esta obsesión se debe la mezquindad del gobierno en los
programas para reactivar la economía o para aliviar a la sociedad por la
pandemia del covid-19 y su secuela. La ausencia de pragmatismo presupuestal
tiene mucho que ver con las fijaciones presidenciales. Aún así, obras y proyectos
importantes no verán feliz término.
Otear el futuro, al menos el de la gestión, es tarea
obligada. A partir de la mala experiencia que le tocó padecer, Ernesto Zedillo
previó desde el inicio cómo quería dejar al país. Fue criterio durante todo el
gobierno; fue la primera sucesión presidencial sin crisis a lo largo de la
historia nacional.
La prospectiva de López Obrador es individual, como todo lo
que ha hecho en su vida. La opinión de los demás vale en la medida que le
acomode, aunque sea franca mentira y manipulación como han sido los dichos y
acciones del Dr. López-Gatell. El futuro que le viene le debería inquietar.
Quizá su apuesta sea la historia como él la entiende, pero la que vale no la
escribe él ni los suyos y por lo ocurrido, difícilmente saldría bien librado,
no solo él, sino quienes le acompañaron, los complacientes y los ineptos
opositores.
¿Cuál será la situación del país cuando termine este
gobierno? López Obrador ha impuesto su sello personal. Su persistencia que raya
en la necedad significa que hacia delante habrá más de lo mismo. El sucesor no
será a modo, aunque gane el Morena la elección presidencial, porque la
exigencia de cambio, cambio auténtico, será abrumadoramente mayor que el de
continuidad. Como con todos los populistas, su ocaso trágico está escrito.
Los poderes fácticos se alinean al Presidente. En eso el
México de la democracia no ha cambiado. Pero de la misma forma, es predecible
que conforme avance el tiempo el obsequioso e interesado aplauso ceda al
reclamo. Quizás el Presidente no lo advierta, pero su gobierno, como ninguno,
ha sido de abuso recurrente. Hay temor y miedo en muchos (menos en los
delincuentes), pero eso también al final desaparece.
México será al término de este gobierno más pobre, desigual,
violento, injusto y vulnerable. Seguramente la corrupción no estará en el
Presidente, pero mucho será su asombro cuando advierta su persistencia.
Entender esto no requeriría de mucho y harían del Presidente una persona menos
soberbia, más asertiva en lo positivo y mucho menos pendenciero.