Luis Acevedo
Pesquera
No hay duda de
que el oficio no se pierde. Por eso escuché con atención el discurso del
presidente López Obrador porque creí que daría datos puntuales sobre el estado
que guarda la nación a dos años de su gobierno.
El discurso
arrancó con la atractiva declaración de la campaña sobre el combate a la
corrupción y eso generó entusiasmo porque imaginé datos concretos sobre lo que
se ha hecho hasta ahora. Entonces vino la frase de la austeridad republicana
que se respaldó con el anuncio de un ahorro de 560 mil millones de pesos en lo
que va del sexenio y el remate: “No es para presumir, pero en el peor momento
contamos con el mejor gobierno.”
-Me
entusiasmé y lancé un sonoro ¡shhhh! para que nadie hiciera ruido cuando
escuché-
“Estamos enfrentando dos crisis al mismo tiempo: la sanitaria y la económica, y
vamos saliendo adelante.”
Pero también me
inquieté por la fluidez en la lectura y porque no oía nada diferente a la
propaganda trivial en que se han convertido las mañaneras, pero con más
optimismo y me llamó la atención que en el discurso se adoptaran conceptos
económicos propios de la “tecnocracia” o de los neoliberales, como afirmar que
“estamos enfrentando la crisis económica provocada por la pandemia con una
fórmula distinta, peculiar, heterodoxa, diría única en el mundo.”
¡Y Zas…!
El ambiente se
sacudió cuando el mismísimo presidente dijo recordar (sic) “lo que sostenía
Adam Smith, que bien podría constituir uno de los fundamentos de la economía
moral que estamos aplicando” y lanzó con una cita del padre del capitalismo,
uno de sus dardos envenenado para justificar por qué no se emprendió “un
rescate económico elitista” para atenuar los efectos de la pandemia para
describir los apoyos asistencialistas y se desplegó el rollo de que vamos bien,
gracias a la labor del gobierno, del sector público.
No había duda.
El presidente no conoce la obra de Adam Smith. Alguien le platicó solamente una
parte: lo más bonito de la “Teoría de los Sentimientos Morales”, pero no le
dijeron que la obra de este filósofo del siglo XVIII se complementa con “La
Riqueza de las naciones”. Es muy probable que le hayan comentado que los dos
libros fueron prohibidos por la Iglesia Católica e incluidos en su “Index
librorum prohibitorum et expurgatorum”, lo que quizá le llamó la atención, pero
nunca le aclararon que por más actuales que puedan resultar esas ideas, están
muy lejos de la ciudadanía mexicana.
En la “Teoría de
los Sentimientos Morales” Adam Smith reconoce la importancia de la condición
humana, de sus sentimientos y de la necesidad de encontrar empatías entre los
desiguales; en la segunda, elabora una teoría político-económica impregnada de
valores éticos basados en las virtudes del primer libro, cosas que no vemos en
nuestra realidad.
La teoría de
Smith generalmente se relaciona con el cambio de paradigma que nos conduce a la
modernidad y que está relacionada con un modelo económico mecanicista con
pretensiones científicas, a raíz de las cuales se ha obrado la radical
separación entre lo económico y lo ético.
Arrobado por la
gran imaginación que le platicaron tenía Smith, quizá López Obrador consideró
prudente tratar de mostrar que el discurso de la 4T es “moralmente” empático
con los que menos tienen, tal como se expone en la Teoría de los Sentimientos
Morales que muestra la preocupación por el bienestar de la sociedad en un clima
pleno (y el término es muy importante) de libertades, competitividad, valores
éticos, justicia y seguridad que no nos son cercanos, todavía.
Pero tampoco le
indicaron que hay que contemplar la realidad del país y del modelo de la 4T que
se enfrenta a la complejidad de la economía y que requiere del entendimiento de
lo que se plantea en La Riqueza de las Naciones.
Ni le explicaron
que era proclive a los empresarios, pero también un duro crítico de los malos
gobiernos y la inequidad de la riqueza nacional: “Las grandes naciones nunca se
empobrecen por el despilfarro y la mala gestión del sector privado, aunque a
veces sí por el derroche y la mala gestión del sector público. Todo o casi todo
el ingreso público en la mayoría de los países se dedica a mantener
trabajadores improductivos.”
Advierte que el
derroche del gobierno es tan nocivo como la siniestra corrupción
política-económica para la riqueza de las naciones.
Sin entrar a los
detalles del discurso político que acompaña al Segundo Informe de Gobierno, la
tarea de gobernar transita -para seguir con Adam Smith- por un proceso de
evaluación ética que, para el caso de la ciudadanía es moral, pero en ambos
casos la sanción es jurídica, pública y definitiva.
En consecuencia,
la obligación de quien tiene en sus riendas la conducción de un país que se
pretende llevar a un Estado moderno tiene que trabajar honestamente con las
diferencias de la naturaleza humana para garantizar las libertades, incluida la
económica y avanzar en la democracia.
A ver, ¿qué
pitos toca Adam Smith en un discurso del presidente, cuando no lo conoce y fue
más lo que no dijo que lo que dijo?
Por cierto, la
mayoría de los anuncios no se han podido corroborar en la información oficial,
mucho menos con la realidad.
@lusacevedop