Vaya tarea para Rayados. Y vaya tarea para Javier Aguirre. Dos monumentales desafíos les aguardan en el Mundial de Clubes. Porque Monterrey no compite contra el Al-Alhy. No, compite contra las memorias deliciosamente enquistadas en toda una ciudad.

Monterrey, la metrópoli, se aísla en los recuerdos. Una facción se estremece aún al sensibilizarse en aquella gesta contra Liverpool. La otra facción, con una sonrisa torcida, se abanica con ser el único equipo mexicano finalista de un Mundial de Clubes.

Hay diferencias. Lo de Rayados es memorable. Lo de Tigres es histórico. Lo memorable es un privilegio de los sentidos y los sentimientos. Lo histórico, un apéndice en la hemeroteca.

A eso se enfrenta Javier Aguirre. A eso se enfrenta Monterrey. A dos imposibles, aparentemente. A dos desafíos hercúleos, robustos, con toda la facha de una utopía.

En la edición 2012, el Monterrey de Víctor Manuel Vucetich terminó tercero. Nada vistoso, a no ser por tener como líder de goleo a César Delgado, junto con Hisato Sató del Hiroshima.

En el camino, Monterrey había vencido al Hyundai coreano, y había perdido con el Chelsea (3-1. Gol de Aldo de Nigris, cuando los ingleses ya se habían ido al hotel) en Semifinales, para, finalmente en el juego por el tercer puesto, imponerse al Al-Alhy.

Nada qué ver, sin embargo, con la versión de Rayados ante el Liverpool en la edición 2019, porque, además, regresan a la Liga Mx y se imponen en la Final al América, superando los efectos del jet lag y el agotamiento.