RAMÓN ZURITA SAHAGÚN
Las manifestaciones en México se realizan con amplia facilidad, ya que representan un desahogo para quienes participan en ellas y son fáciles de efectuar pues solamente requieren de un convocante que les toque las fibras sensibles del corazón, una razón (válida o no) que les apure y, en la mayoría de los casos, aportadores de los insumos necesarios para ello.
Contando con esos elementos lo demás es sencillo, pueden reunir grandes contingentes, medianos o reducidos, dependiendo de la necesidad de mostrar músculo que se requiera.
En las manifestaciones hay de todo, protestas de grupos relegados por las autoridades, otros reclaman algunas acciones emanadas del gobierno que lesionaron sus intereses, unos más por la violación de derechos humanos, conmemoración de alguna efeméride. También los hay indignados por fraudes electorales y en tiempos recientes se han gestado algunas de estas manifestaciones conformada por la llamada sociedad civil.
Pocas de las manifestaciones tienen un resultado positivo para sus demandas, ya que la mayoría de esos grupos se regresan a su sitio de procedencia con la promesa de que pronto resolverán las cosas favorablemente para ellos.
Eso casi nunca sucede por lo que esos grupos se trasladan una y otra vez a la capital del país para reiniciar sus reclamos, mientras que sus dirigentes obtienen recursos, canonjías y hasta cargos públicos.
A estas acciones se les dio en llamar la industria del reclamo, de la que muchos vivales han construido liderazgos políticos que los convierten en personajes populares.
Los usos y abusos de las manifestaciones, concentraciones y plantones devienen en violencia, en muchos de los casos, ya que en ellos son infiltrados personajes provocadores que cometen desmanes y entran en confrontaciones con las fuerzas públicas.
Mencionábamos al inicio que dentro de las movilizaciones y manifestaciones existen aquellas que sirven de marco para las reclamaciones de la sociedad civil que pugnan por algún propósito que beneficie a la población en general, sin ser parte de la industria del reclamo o para rechazar algunas acciones e incluso para pedir el relevo de alguna autoridad.
Uno de esos movimientos fue el ocurrido el pasado sábado en que miles de personas, un cálculo conservador las ubica en 30 mil, aunque los organizadores hablan de más de cien mil personas, se reunieron con un mismo propósito, el de marchar hacia el Zócalo de la CDMX y pedir la “renuncia” del Presidente López Obrador.
Hasta donde tenemos memoria es la primera ocasión en que sucede esto dentro de la vida democrática nacional, ya que la manifestación y caminata no fue tan numerosa como la de años atrás en que decenas de miles de personas (se calcula un millón) salieron para protestar por la violencia imperante en aquellas épocas, misma que quedaría pasmada ante lo que sucede en la actualidad.
Sorprende la civilidad con que se desplazaron de un lado a otro, sin demasiados aspavientos y con la misma proclama que para efectos prácticos no impacta en forma alguna, aun tratándose de cien mil personas que se encuentra muy lejana de los 30 millones de personas que sufragaron por el actual Presidente.
Ahora los convocantes están llamando a una nueva, en la que pretenden reunir a un contingente de un millón de personas, cosa nada sencilla de efectuar, por lo que deberán tener cuidado de mantenerse dentro de los términos de la legalidad y evitar cualquier tipo de provocación que pueda surgir, mientras el gobierno prende sus alarmas.
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39 proyectos de inversión, con participación pública y privada, fueron anunciados por el Presidente López Obrador, en lo que algunos dan en llamar el momento de la reconciliación entre ambos sectores.
La reunión de gobierno y empresarios permitió al Ejecutivo federal agradecer a los inversionistas y estos pidieron dar garantías para la inversión nacional y extranjera.
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