La descompuesta relación entre México y Estados Unidos tiene un componente especial, que, si bien no es secreto y puede ser el más importante, se aborda mucho menos entre analistas, medios de comunicación y también políticos de ambos países que los temas recurrentes: migración, fentanilo y aranceles. El cuarto asunto, que ha distanciado de forma especial a ambos países y hoy tiene la relación en su nivel más bajo, tiene que ver más con la geopolítica que con el comercio y el tráfico de drogas. Se trata del coqueteo mexicano con los dos grandes adversarios de Estados Unidos: las dictaduras asiáticas de China y Rusia.
Una versión no tan antigua ejemplifica lo dura que puede ser la relación bilateral y lo que están dispuestos a hacer los norteamericanos para cuidar su influencia en el hemisferio, en particular en su patio trasero. Esa historia señala que, después de cumplir sus dos primeros años con éxito en logros, reformas estructurales y diálogo con las oposiciones, el gobierno de Enrique Peña Nieto entró en un tobogán del que nunca salió cuando ocurrió el caso de desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, coincidente con el escándalo por la compra de la Casa Blanca por parte de su esposa, Angélica Rivera. Lo que no se comenta de forma abierta y casi nadie relaciona, es que ambos casos detonaron mediáticamente poco después de que el gobierno de Peña anunciara una millonaria asociación con China para construir el proyecto del tren México-Querétaro.
El proyecto ferroviario con capital chino se canceló tras una explicación insuficiente de Gerardo Ruiz Esparza, entonces secretario de Comunicaciones, pero los escándalos de Ayotzinapa y la Casa Blanca persiguieron al gobierno de Peña y provocaron el derrumbe de su imagen, así como la consecuente derrota electoral de 2018. La historia no oficial señala que detrás del impulso a ambos escándalos estuvo la mano estadounidense, que así le cobró e hizo rectificar a su principal socio comercial la osadía de haber coqueteado con la otra superpotencia.
El factor AMLO
La llegada de López Obrador al poder modificó de fondo la política mexicana hacia Washington. Si los norteamericanos pensaron que el político de Tabasco se comportaría como lo hizo cuando fue jefe de Gobierno en la CDMX, equivocaron sus cálculos al no considerar la diferencia entre ser un gobernador contenido por el poder presidencial y ser un presidente sin límites en la estructura de la política mexicana.
Desde el inicio de su sexenio, López Obrador mostró su intención de jugar con otras reglas: se apropió de la vieja bandera del nacionalismo y desempolvó el antiguo concepto de soberanía nacional para empezar a revertir muchas de las decisiones de política económica que profundizarían la integración de Norteamérica.
La cancelación del aeropuerto de Texcoco fue la primera señal de que las cosas cambiarían, aunque a costa de las finanzas públicas de México. Después llegó la decisión de suspender la reforma energética de Peña Nieto, sin cambio constitucional porque no tenía los votos, y detener las rondas de subasta de derechos de exploración y explotación en aguas profundas, cerrándole el paso a las empresas norteamericanas que invertían o proyectaban invertir más en el sector. Lo mismo ocurrió con la industria eléctrica, pues un nuevo marco legal sobreprotegió a la Comisión Federal de Electricidad encabezada por Manuel Bartlett, a costa del mercado, las finanzas públicas, los consumidores y las empresas que invirtieron en aerogeneradores y plantas solares. La nueva disposición obliga a usar la energía generada por la CFE, aunque su costo de producción y precio de venta sean mayores.
La multipolaridad asiática
A la par que le cerraba las puertas a las inversiones de sus socios comerciales, el gobierno de López Obrador emprendió un tímido primero y luego abierto coqueteo con los adversarios de Estados Unidos: China y Rusia. Desde antes de su toma de posesión en 2018, a consecuencia de sus orígenes izquierdistas y su orientación estatista, las agencias de inteligencia norteamericanas empezaron a enviar efectivos a territorio mexicano bajo misión diplomática para reforzar la vigilancia sobre México. En Estados Unidos sospechaban, y tuvieron razón, que López Obrador podía empezar acercamientos con China y Rusia.
Una interpretación señala que el entonces presidente mexicano buscó acercarse a China y Rusia como una forma de apalancarse y ganar poder de negociación con Estados Unidos de Donald Trump.
Durante los años 80, en plena Guerra Fría, Washington presionó a México para que evitara la apertura de consulados rusos cerca de la frontera porque la inteligencia estadounidense estaba segura de que los usarían como bases de operaciones de espionaje de la KGB. Con China no existe esa restricción porque en aquellos tiempos no parecía una amenaza para Estados Unidos. Por eso hay un consulado chino en Tijuana.
Con López Obrador al frente, México jugó la carta de las potencias emergentes: aprovechar la rivalidad entre una Rusia de nuevo agresiva por las ambiciones de Vladimir Putin, una China convertida en la gran fábrica del mundo y con abundantes recursos para invertir y ganar influencia, y el viejo imperio norteamericano que después de 1988 quedó como la gran potencia en un mundo unipolar. Igual que México, otros países, como Brasil e India, apostaron por lograr mejores negociaciones con Estados Unidos, abriendo sus puertas a Rusia y China.
Fake news
La Rusia de Vladimir Putin se ha distinguido por aprovechar la desconfianza hacia Washington en países como México y Brasil. A partir de un aparato de propaganda bien montado, con su herramienta más visible en la cadena RT, dispuesta a regalar su señal y contenido a canales locales, Rusia ha reforzado su presencia en Latinoamérica y ha promovido sus posiciones, incluido su discurso de justificación a la invasión de Ucrania, basado en la tesis, cuestionable, de que la incorporación ucraniana a la OTAN amenazaba la integridad territorial rusa.
La narrativa rusa está apuntalada en el resentimiento que varios países sienten hacia Estados Unidos. En México, ese resentimiento, que parecía haber quedado atrás después de 25 años de asociación comercial, ha sido reavivado por el regreso del discurso nacionalista. El aparato de propaganda ruso se vio respaldado, aunque de forma ambigua, por el gobierno de López Obrador. El expresidente mexicano nunca condenó la invasión a Ucrania. Lejos de hacerlo y tomar partido del lado ucraniano como su principal socio comercial, López Obrador se concentró en llamar a una negociación para lograr un alto al fuego y en proponer conversaciones de paz, lo que implicaba un reconocimiento tácito a la posibilidad de que Ucrania cediera parte de su territorio al invasor para acabar con el conflicto.
Moscú ha cultivado por años las herramientas de la desinformación. Varios estudios en Estados Unidos han concluido la existencia de estrategias rusas operadas por hackers que usan redes sociales para manipular percepciones y distorsionar narrativas que afecten el debate político en varios países, incluida la unión americana. El objetivo de esas prácticas, auspiciadas desde el Kremlin por Putin, es desestabilizar a Estados Unidos. El surgimiento de Donald Trump como elemento disruptor en la política norteamericana y su desconocimiento de su derrota electoral frente a Joe Biden son considerados uno de los resultados más impactantes de años de difusión de noticias falsas, manipulación de información y percepción alterna a la realidad.
En ese juego de la desinformación hacia Estados Unidos, México juega un papel importante para Rusia, pues su vecindad lo coloca en la posición ideal para albergar equipos de agentes que puedan constatar, en campo, la efectividad del trabajo de los hackers en redes sociales.
Espionaje cibernético
Rusia se apuntala con su petróleo y gas, además de su fábrica de noticias falsas y su oferta de representar equilibrio frente a Washington. Con China el juego es diferente. En Estados Unidos hace mucho tiempo que se monitorea y se teme al avance tecnológico del gigante asiático.
›El recelo estadounidense a los productos chinos va más allá de su barato precio. Lo que temen es la sofisticación, capacidad de escucha y acceso a datos personales de dispositivos y plataformas chinas. En un mundo interconectado, con internet como herramienta de comunicación global, el espionaje, el acceso a información privada y el hackeo se han convertido en actividades esenciales, que pueden dar ventajas a quienes las dominan. El desarrollo tecnológico de China en cibernética se ha convertido en una fuente de preocupación para Estados Unidos y otros países.
La larga disputa con TikTok, empresa a la que ya se ha dado un ultimátum: o vende a accionistas norteamericanos o deja de operar en el territorio de Estados Unidos, es el mejor ejemplo del temor de los americanos a los accesos directos que China pueda encontrar a la información de sus ciudadanos, sus empresas y sus instituciones públicas, por cualquier vía. TikTok es señalado por las autoridades norteamericanas como una herramienta para robar información de los usuarios, disfrazada de red social.
El 16 de enero pasado, Reuters informó que la computadora de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, fue hackeada como parte de una intrusión más amplia al Departamento del Tesoro, por piratas cibernéticos patrocinados por el estado chino. Los equipos de dos subsecretarios, Wally Adeyemo y Brad Smith, también habrían sido hackeados.
Aunque el gobierno chino negó la acusación, refleja la visión norteamericana sobre aquel país y explica el malestar, no solo de Donald Trump, con la administración mexicana que durante seis años se dedicó a ensanchar sus relaciones comerciales con China al permitir el paso de mercancía de aquel país sin cobrar correctamente los aranceles respectivos. Para los norteamericanos, cualquier tecnología china, incluyendo la de automóviles o teléfonos celulares, representa un riesgo de espionaje que no están dispuestos a correr cerca de su frontera.
El papel de México en este choque de superpotencias es clave por su posición geográfica. Para la nueva élite política que toma las riendas de Estados Unidos con Trump, los acercamientos de México con China son inaceptables porque no están dispuestos a permitir la formación de un enclave en la frontera sur, pues están convencidos, en razón de sus propios reportes de inteligencia, de que igual que Rusia, China busca usar a México no tanto para llevar productos al mercado norteamericano, como para lanzar ataques y establecer bases de espionaje que permitan al gigante asiático vulnerar la estabilidad y dominio del imperio yanqui. Por eso, cualquier inversión china en México es para Estados Unidos un asunto de seguridad nacional.
Se trata de un conflicto de intereses entre las dos superpotencias globales, en el que México quedó atrapado porque durante su gobierno, López Obrador decidió jugar la carta de las potencias medias: tratar de aprovechar el conflicto entre los poderosos para no alinearse con ninguno y obtener una mejor negociación con Estados Unidos. Lo que el expresidente parece no haber valorado correctamente es que otros países lejanos, incluso del cono sur como Brasil, podían jugar esa carta porque no comparten tres mil 200 kilómetros de frontera con Estados Unidos.