Desde los primeros meses del gobierno de AMLO existe la idea que bajará en la estima popular por los malos resultados del gobierno. El pronóstico de los encuestadores convencionales sigue a la espera, aunque cierto es que los comicios de 2021 no fueron consecuentes con el nivel de la aprobación presidencial y que la movilización por la consulta para la revocación de mandato la reproduce. Queda claro que una cosa es contestar una encuesta y otra muy diferente votar.
Los errores del presidente son frecuentes; también los malos resultados de su gobierno en prácticamente todos los temas que importan. Sin embargo, la población no castiga; y se explica no sólo por la propaganda reproducida por los medios con mayor impacto en la construcción de percepciones, sino en la naturaleza del vínculo entre el líder y la sociedad, particularmente, la capacidad de administrar dos poderosos sentimientos: el descontento y la esperanza.
López Obrador requiere de la polarización, que él no provocó; fueron el abuso y la corrupción del gobierno que le antecedió. Ha tenido la habilidad de capitalizar la indignación y ser obsequiosamente frívolo en esperanza. Y muchos prefieren el engaño a la cruda realidad. La reprobación del pasado es el eje del apoyo presidencial. Ahora sería pertinente preguntarse sobre las condiciones que le han permitido mantener vigente ese vínculo emocional.
Los estudios de opinión de estos días registran una merma en la aprobación presidencial que podría ser significativo. Por el momento, cambian dos temas en los que el presidente había tenido una positiva valoración: la seguridad pública y la probidad del gobierno. La encuesta reciente de GCE muestra un giro relevante en ambos temas.
El estudio puso a prueba de aceptación 3 afirmaciones presidenciales asociadas al tema de seguridad: “México es un país no controlado por la delincuencia”, 64% no está de acuerdo; “México es un país seguro”, 66% manifestó desacuerdo; “Mexico es un país donde no predomina el miedo”, para 69% no es cierto. Respecto a la venalidad, la situación es peor, “México es un país sin corrupción”, 72% rechaza al afirmación.
El presidente requiere de la recordación negativa del pasado; pero, para muchos, especialmente en las zonas densamente pobladas y en los jóvenes, él y su partido son parte de lo mismo. El “no somos iguales” pierde credibilidad. El ataque absurdo e injustificado a la comunidad judía y a los jesuitas y jerarquía católica en general, es muestra del extravío presidencial.
Es previsible que los grandes empresarios y, con ellos, los medios de comunicación más poderosos e influyentes continúen en su vergonzosa y vergonzante condición de comparsa presidencial. Queda por ver cuántos y por cuánto. Las redes y la comunicación digital cobran relieve como medio alternativo, a pesar de su falta de rigor, imprecisiones y excesos. Hay dominio informativo, pero no hegemonía. El costo del sometimiento será mayor en la medida en que el gobierno vaya perdiendo ascendiente en la sociedad.
Aunque por ahora la inseguridad y la corrupción empiezan a generar costo y a minar la impunidad social presidencial, conforme a las mismas cifras oficiales, no hay razón para asumir que algo habrá de cambiar, por lo que cada quien experimenta en su vida cotidiana. Nadie escapa, a mayor ingreso más alta la cuota, incluso de los grandes empresarios e inversionistas.
Vienen los peores meses en materia económica. La carestía y la crisis de las finanzas públicas apuntan a un deterioro de las variables macroeconómicas y a un fuerte impacto en los bolsillos de las personas y en las mesas de los hogares mexicanos. Inseguridad, corrupción y mala economía afectarían el teflón presidencial y todavía más la fragilidad electoral del proyecto en curso.