POR Liébano Sáenz
Para todo partido seleccionar candidato presidencial es un tema delicado. En un sistema parlamentario no existe tal problema porque el líder del partido, de tener mayoría parlamentaria por la vía de los votos o de los acuerdos, será el jefe de gobierno. El régimen presidencial es diferente y por ello los partidos deben elegir a quien postulan. Es el voto directo lo que define al jefe de Estado.
Lo que hoy ocurre en nuestro sistema corta en dos sentidos. Por el lado favorable, que se asuma abiertamente la legitimidad de aspirantes y de alguna forma se abra espacio a la competencia es un paso hacia la democratización. Por otro lado, preocupa que los procesos tengan que recurrir a la simulación derivado de que el presidente se anticipó a los tiempos que marca la ley para seleccionar candidatos y las restricciones a la competencia, más explícitas en el lado del oficialismo con la prohibición de debates y encuentros públicos cara a cara entre los aspirantes.
La encuesta no puede reemplazar al votante y a la urna. Es un recurso impreciso y que plantea dudas y problemas, más en materia electoral. La democracia debiera ser obligación de los partidos mediante elecciones primarias entre sus simpatizantes. Incluso, encuestar a todos sin discriminar afinidad al proyecto es tanto como depositar en los votantes contrarios la decisión fundamental. Por otra parte, es una contradicción invocar la sabiduría popular a través de consultas para suspender obra pública y luego excluirla para elegir candidato.
Hay excusas absurdas para eludir la democracia interna, más aún, cuando se aduce que ésta anula la posibilidad de mantener la decisión en quienes mandan en los partidos. Por otra parte, el argumento de que la competencia fractura la unidad interna, que, sí ocurre, pero sólo cuando no hay un proceso confiable o, peor, en caso de malos perdedores
El Frente Amplio por México ha podido conjurar hasta hoy la división; ejemplar la conducta de Enrique de la Madrid, lo que habrá de influir en lo sucesivo. En Morena todo se ha vuelto más incierto por la inconformidad abierta de Marcelo Ebrard. Queda por verse si su reclamo llega a la FGR por la desviación de recursos públicos o si se queda como un amago que para algunos es el chantaje de mal jugador.
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