
Seguramente son
minoría, por ahora, a quienes invade un sentimiento de abandono, de orfandad.
La mayoría se regocija entre la indiferencia, el autoengaño o la satisfacción
de testimoniar el paso al autoritarismo. El 15 de septiembre es el momento
fundacional de un nuevo régimen el fin de una época. El partido hegemónico con
sus excesos y malas prácticas da un paso crucial para la destrucción del
edificio democrático. Así de simple, sin independencia judicial y del tribunal
supremo no hay democracia, como señalara con claridad el expresidente Ernesto
Zedillo, jefe de Estado que impulsó la independencia de la Corte, la equidad
electoral y la autonomía plena del INE, entre otras cosas.
Pocos entienden lo
que implica elegir jueces por voto popular y establecer un órgano superior de
control o disciplinario del quehacer del juzgador. En tales condiciones no hay
justicia posible. La elección popular es un engaño. La elaboración de
candidaturas la haría el régimen y también es la única fuerza sustantiva para
movilizar votantes para una decisión imposible de procesar por el ciudadano al
momento de sufragar. Por si hubiera algún colado allí está la instancia
disciplinaria con amplias facultades y con decisiones de única instancia.
El proceso
autocrático pudo imponerse por la fragilidad de las instituciones democráticas
y por la ausencia de actitudes colectivas y de sus élites para cuidar lo
fundamental de la democracia. También en mucho ha contribuido la debilidad de
la oposición, sin capacidad de articular una resistencia básica para impedir
que el oficialismo se impusiera por la vía de los votos. Allí están los
resultados del 2 de junio, se ganaron tan solo 44 de los 300 distritos y una
sola entidad de las 32 en la elección de senadores. Aducir la interferencia
presidencial y el clientelismo, que los hubo en exceso, es negar la
insuficiencia básica de la oposición y si pruebas faltan allí está el error
mayor de asignar la candidatura al senado a padre e hijo en Veracruz por parte
del PAN.
Se equivocan
quienes creen que lo que viene será continuidad de los pasados seis años.
Aunque lo intentaran es imposible. El entorno social, económico político y
global ha cambiado de manera relevante. La resistencia habrá de transitar a la
lucha fáctica, al margen de las instituciones que puede ser tan apacible como
la migración o el retiro de los inversionistas o la especulación en los
mercados financieros, como ruda que es ir a la lucha en la calle. Esto anticipa
que habrán de ponerse en práctica modos de control más abusivos y de mayor
exceso, entre otros el uso político de la justicia penal del que hubo prueba en
la aprobación de la reforma, con la diferencia de que no habrá poder judicial
para proteger al ciudadano, porque en todos los casos de interés de la
autoridad nacional no habrá jueces decididos a hacer valer la ley.
El problema a la
vista, por el momento, lo representan las finanzas públicas y los pronósticos
oficiales y de expertos sobre el crecimiento económico en éste y el próximo año
son muy bajos, escenario que se complica todavía más con la incertidumbre que se
deriva del colapso del sistema judicial. La crisis en las finanzas públicas no
es coyuntural, es estructural y resulta de la política de gasto. Cierto es que
todavía hay mucha tela de donde cortar por la vía de los ingresos, pero eso
requiere una reforma que el régimen no quiera hacerla por las implicaciones en
el consenso social. En su lugar las autoridades considerarán que una proactiva
acción fiscal puede incrementar los recursos que se requieren para la marcha
del gobierno y quizás, si alcanza, para el fondeo de la infraestructura y de
las obras inconclusas del actual gobierno. Como siempre ocurre, el terrorismo
fiscal es el mejor recurso para incrementar los ingresos y para ello nada mejor
que la prisión oficiosa por faltas fiscales, ante la ausencia de un sistema de
justicia que proteja al contribuyente.
El nuevo momento
del régimen significa una modificación del consenso. El apoyo popular a López
Obrador le ha servido para articular el proceso de desmantelamiento del régimen
democrático y también ganar elecciones. Ahora las medidas de control autoritario
estarán como recurso principal en la medida de que el apoyo popular disminuya.
Como todo régimen autoritario, a mayor impopularidad mayor será la represión.