
Los precios están incrementando de manera acelerada en todo el mundo; la mayoría de los países registran tasas de inflación que superan significativamente sus objetivos y la incertidumbre en el sector energético y agropecuario persiste por los conflictos internacionales y otros factores externos. Lo obvio: esto impacta la capacidad adquisitiva de los hogares. Lo menos obvio: el impacto es diferenciado para las mujeres.
“She-flation” o “she inflation” es como se ha conceptualizado este impacto diferenciado que se exacerba en un país en el que más de la mitad de las mujeres viven en alguna condición de pobreza o vulnerabilidad económica y esto se combina con un movimiento inédito y repentino en los precios de alimentos y energéticos, componentes de alta incidencia en el INPC y el índice de la canasta básica.
El limón, la cebolla, la tortilla, los chiles y las carnes son algunos ejemplos que vale la pena anotar. No sólo por ser productos fundamentales en la dieta de los y las mexicanas, también por ser alimentos con un contenido de nutrientes importante en términos de seguridad alimentaria. Y la tendencia acelerada en sus niveles de precios impacta de manera directa a la economía doméstica, especialmente cuando los hogares son liderados por mujeres: casi 40% del gasto corriente de los hogares con jefatura femenina se destina solo a los alimentos.
La vivienda es otro de los genéricos que aparece mes a mes en la lista de mayor incidencia al INPC (Índice Nacional de Precios al Consumidor), aunque el nivel de precios no registra aumentos pronunciados, sí suma pequeños encarecimientos mes a mes. En México, el 12% del gasto corriente de los hogares con jefatura femenina va al rubro de la vivienda y servicios.
La manera en que la inflación, especialmente el componente no subyacente –que integra los aropecuarios y energéticos–, se encuentra acelerando, produce una vulnerabilidad adicional para las mujeres mexicanas, especialmente las que se encuentran en los deciles más bajos, porque justamente el consumo básico que ejercen está relacionado con los bienes y servicios que registran las tasas más altas de inflación.
Pero eso no es todo, las mujeres, en general, tienen trabajos más precarizados, ganan menos, tienen mayores gastos e incluso ejercen gastos que son exclusivamente femeninos. Y un factor fundamental: una mayor parte de los ingresos de las mujeres son transferencias directas del gobierno o de familiares en comparación con los hombres.
Según las cifras de la ENIGH 2020, el 24.5% del ingreso corriente de los hogares que lidera una mujer proviene de estos apoyos. Por lo que resulta importante resaltar que, debido a que estas transferencias no se ajustan en línea con las tasas de inflación, un cuarto del ingreso total en estas viviendas se encuentra en el limbo.
La tasa de inflación interanual se ubicó en 7.28% en México (el objetivo del Banxico es de 3% +/- un punto porcentual) y sólo el índice de la canasta de consumo mínimo se encareció 7.9% durante este lapso. Pero éstos no son sólo números, implican un aumento generalizado y diferenciado en los supermercados, mercados sobre ruedas, tiendas de autoservicio, tiendas de abarrotes, centros comerciales, gasolineras y en los cheques de la luz, el gas y los combustibles.
La política pública con perspectiva de género es fundamental para subsanar estas desigualdades en el aparato económico. La feminización de la pobreza podría aumentar de manera significativa y los modestos avances en materia de desigualdad podrían borrarse.