Laura Águila Franco
@laura_aguila
A mediados de la década de los años 70, el término “síndrome
de burnout” comienza a escucharse en el mundo, como una forma coloquial de
describir el comportamiento de un sector de trabajadores de la salud en
referencia a su agotadora labor diaria. El primer caso de burnout fue
diagnosticado en el año 1974 por el psicólogo Herbert Freudenberger, quien
atribuyó este síndrome a casos de colapso físico o mental causado por exceso de
trabajo o estrés.
Pero es hasta el año 2000 cuando la Organización Mundial de
la Salud (OMS), determinó el síndrome de Burnout como un factor de riesgo en el
ámbito laboral, debido a que perjudica y daña la calidad de vida, la salud
mental, emocional y coloca en riesgo la vida de los trabajadores, en una
estimación que va del 20% hasta el 70% como factor de amenaza.
La propia OMS define a este síndrome literalmente como “el
trabajador quemado” al no existir una traducción para el término, y enmarca un
estado de agotamiento emocional, físico y mental grave, en el cual la persona
afectada se desploma como consecuencia del cansancio psíquico o el estrés
surgido o provocado por la interacción social al enfrentar agobiantes rutinas
laborales, y actualmente el burnout abarca más allá de sentirse exhausto, es
una sensación de no detenerse, no poder contener y liberarse de la compulsión
nerviosa de tener que seguir adelante.
Si tomamos en cuenta que el estrés se define como “el
conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción”,
entendemos que en términos generales es un sistema de alerta biológico necesario
para la supervivencia.
El estrés laboral por su parte, se califica como “el grupo
de reacciones emocionales, psicológicas, cognitivas y conductuales, ente
exigencias de carácter profesional, que sobrepasan los conocimientos y
habilidades del trabajador en cuestión, para desempeñarse de manera óptima,
queda claro que el burnout refleja una relación directa al estrés crónico
generado por el trabajo.
Este síndrome tiende a ocasionar fuerte tensión muscular en
determinadas zonas del cuerpo, a la par de un progresivo agotamiento físico,
mental y falta de motivación en general. La frecuencia con que suele
presentarse mayormente es justamente en el sector de trabajadores relacionados
o dedicados con atender a terceros, como el personal de salud, el personal
docente y cualquier persona que brinde atención a clientes.
Se ha focalizado como principal factor desencadenante, un
agotamiento emocional excesivo, que progresivamente conduce a la persona que lo
padece, a un distanciamiento emocional y cognitivo dentro de sus labores
diarias, y con la natural consecuencia de mostrar incompetencia para responder
eficientemente a las necesidades que implica su trabajo, que a su vez dará como
resultado insatisfacción personal y pobreza en su desempeño y aspiraciones personales.
Los efectos en el campo laboral que suele acarrear el
burnout son síntomas de ansiedad, insomnio, conflictos interpersonales, bajo
desempeño laboral, disminución en la creatividad, renuncias espontáneas y ausencias laborales, así como
incapacidades médicas por enfermedad.
Como efecto secundario del confinamiento por la pandemia y la necesidad de trabajar y
estudiar desde casa, el sector docente se ha visto mayormente afectado por el
burnout, independientemente de haberse tenido que adaptar a trabajar en línea,
también se agrega el hecho de mayor “flexibilidad” en sus horarios, y
prácticamente estar disponibles a toda hora del día, los padres de familia o
personal administrativo de las escuelas manejan la perspectiva de que “si el
docente se encuentra en su casa, no hay razón para que no esté disponible para
sus alumnos, padres de familia o directivos escolares”, olvidando la premisa
fundamental de que las y los profesores necesitan tomarse un tiempo para
cuidarse a sí mismos.
A lo largo de estos 15 meses de pandemia, se ha exigido a
los docentes que se conviertan en “expertos” en educación en línea o a
distancia de manera inmediata, ignorando que esta demanda ha tenido sus
repercusiones en menor o mayor medida, en su salud mental, principalmente en el
sector de profesores que trabajan en educación básica (preescolar, primaria y
secundaria), debido a que también funcionan como “cuidadores” de sus alumnos,
lo que trae como resultante ese agotamiento físico, mental y emocional. Si bien
es cierto que se presenta con mayor frecuencia
en gente joven (entre los 30 y 40 años), los rasgos de personalidad
influyen de manera importante y los más frecuentemente asociados son: baja
autoestima, personalidades pasivas y rígidas con dificultades de adaptación al
entorno; e individuos con altas expectativas de desarrollo.
¿Cómo detectar el burnout?
La línea que separa el estrés laboral del síndrome de
burnout es muy delgada, y debe ponerse especial atención a los síntomas
siguientes:
·
Cambios en el estado de ánimo
·
Falta o ausencia de motivación
·
Agotamiento mental
·
Sensibilidad a la crítica
·
Falta de energía y menor rendimiento
·
Afecciones del sistema locomotor
·
Dolor y rigidez muscular
·
Problemas gastrointestinales
·
Problemas cardiovasculares
·
Alteraciones en la piel
·
Dolores de cabeza
·
Mareos
·
Sobrepeso y obesidad
Esforzarse para que los ambientes laborales sean más humanos
y cordiales, reducir o simplificar las cargas de trabajo, adaptarse a las
necesidades del personal y ser flexibles, evitando la presión innecesaria, así
como tratar de llevar un estilo de vida saludable, respetando las horas de
sueño y descanso, así como desarrollar mecanismos eficaces para afrontar los
problemas, ayudarán en gran medida a prevenir y combatir el síndrome de burnout.