Federico Berrueto
La única forma válida de sumisión es a la ley. Es necesidad
no conveniencia, de otra forma la discrecionalidad en su cumplimiento haría
nugatoria su fuerza. Por eso el juramento de toda autoridad es cumplir y hacer
cumplir la ley. Se equivoca el presidente López Obrador al decir que hay que
anteponer la justicia. El dicho conspira contra las premisas básicas del Estado
de derecho y de la vida civilizada.
No puede haber sumisión a la moral o a la justicia no formal
porque no hay un código común. Lo justo podría serlo para algunos, quizá la
mayoría, pero no para todos. Lo mismo vale para la moral. Por eso las leyes son
resultado de un sentido de soberanía popular que la representa, no el gobierno
sino la representación, esto es, el Congreso. Por eso también existen
tribunales, para dirimir diferencias y hacer valer la ley. La moral es materia
personal; la justicia social, política. La legalidad a todos obliga.
Con motivo de la renuncia del Dr. Jaime Cárdenas al Instituto
Para Devolver al Pueblo lo Robado, el Presidente realizó dos expresiones que
son monumento al autoritarismo: la primacía de la justicia sobre la ley y la
obediencia ciega al proyecto político en curso. Las dos tesis son una forma
práctica de mandar al diablo las instituciones y convalidar el despotismo en
curso.
El problema no solo es lo que el Presidente dice, sino lo
que su gobierno hace. Él dice ser el más respetuoso de la libertad de expresión
porque en su sentir él no reparte grandes cantidades de dinero público a
periodistas y medios. Su indignación o su personificación de justiciero le
motiva a hacer señalamientos públicos de condena a medios, empresas y
periodistas, con frecuencia infundados o carentes de veracidad. Esto, además de
ilegal en sí mismo, provoca bloqueo de cuentas, persecución fiscal y escarnio
público. No hay juicio, no hay denuncia, no hay presunción de inocencia. La
agresión contra la libertad de expresión no tiene paralelo, con todo y que se
invoque como fundamento la lucha contra la corrupción.
La lealtad ciega al proyecto político es oprobiosa para
quien la invoca, a quien se dirige y especialmente a quien la observa. Esto
lleva a un Congreso subordinado a la consigna presidencial más allá de lo
razonable, como ha ocurrido en varias ocasiones y recientemente en la
desaparición de los fideicomisos. El Presidente con el tiempo y con las
dificultades se erige el Savonarola de nuestros tiempos. Su encendida prédica y
condena a los infieles no guarda precedente en la historia política. Todavía
más preocupante es que esté dando lugar a una oposición a su imagen y
semejanza.
Efectivamente, la oposición en curso reproduce lo peor de lo
que se opone, esto es, su desprecio a la ley. Lo central de su exigencia, la
renuncia del Presidente, no tiene cabida en la ley por más justo que les
parezca. Lo peor es que esto contribuye a la descalificación de lo mejor de la
oposición y de la crítica al abuso del poder. Justo lo que ya empezó a hacer el
Presidente.
@berrueto
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