José Luis Camacho Acevedo
En mi última visita a Washington el ambiente entre mis compañeros de los medios locales, así como la de varios corresponsales de importantes publicaciones y cadenas de TV, de varias partes del mundo con los que pude conversar, era de una aterradora certidumbre de que la invasión de Donald Trump a la Venezuela del dictador Nicolás Maduro, era cuestión de días.
El plazo máximo que los analistas daban para que ocurriera la declaración de guerra de Estados Unidos a Venezuela era de el inicio del enero del 2026.
El pasado miércoles observé en varias cadenas de TV, que Estados Unidos capturó a un tercer buque que, con bandera panameña, había zarpado de Venezuela.
Darío Brooks de BBC News Mundo publicó:
Militares armados de Estados Unidos abordaron un buque petrolero y tomaron su control este miércoles en el mar Caribe, en la más reciente ofensiva de la campaña del gobierno de Donald Trump contra Venezuela.
La Casa Blanca informó este jueves que el buque será trasladado a un puerto estadounidense.
En las imágenes difundidas por Washington se ve a tropas estadounidenses asaltando la embarcación desde helicópteros para efectuar la incautación.
"Acabamos de incautar un petrolero en la costa de Venezuela, uno grande (...) el más grande que se haya incautado jamás", dijo Trump a la prensa en la Casa Blanca el mismo miércoles.
Más tarde, la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, informó que el petrolero, que se presume transportaba crudo venezolano, fue abordado por su "implicación en una red ilícita de transporte de petróleo que apoya a organizaciones terroristas extranjeras".
Para México la amenaza de Donald Trump de irrumpir por tierra en nuestro país, apoyado en los acuerdos bilaterales en materia de seguridad, para combatir a los carteles mexicanos, a los que ya ha clasificado como organizaciones terroristas, puede leerse prácticamente como un ultimátum.
Los reconocimientos del secretario de Estado, Marco Rubio, en el sentido de que México está cooperando “como no la había hecho antes”, para combatir el tráfico de fentanilo que llega a Estados Unidos a través de nuestras fronteras, de ninguna manera representan una patente de respeto a la soberanía nacional si, como se lee en las declaraciones de la fiscal general Pam Bondi, las incautaciones de barcos venezolanos obedecen a la presunción de que sus cargas eran para apoyar a grupos terroristas.
The New York Times publicó que, en la lucha contra los carteles de droga, México cuenta con un funcionario que tiene toda la confianza de Estados Unidos:
“Después de que un grupo de agresores le disparara tres veces a Omar García Harfuch en 2020, comenzó a dormir en su oficina.
En ese momento era secretario de Seguridad Ciudadana de Ciudad de México y dijo que un poderoso cártel había intentado asesinarlo. Ahora, García Harfuch es el máximo responsable de seguridad de México, encargado de desmantelar a esos mismos grupos. Y todavía pasa muchas noches durmiendo cerca de su escritorio, con un soldado armado en equipo de combate afuera de su puerta.
Es ese tipo de dedicación obsesiva a resolver el problema aparentemente más irresoluble de su país lo que le ha granjeado la confianza de la presidenta Claudia Sheinbaum y lo ha convertido en el rostro de la campaña más agresiva de México contra los cárteles en más de una década.”
La amenaza de Estados Unidos a México puede cumplirse con la misma fuerza que lo está haciendo con Venezuela.
No hay que forzarse mucho para entender el mensaje de Trump: quiere que se castigue a López Obrador.

