Hay en la opinión pública nacional e
internacional una gran preocupación por los índices de violencia en el país,
particularmente en las zonas donde se ha denunciado que hubo mano negra del
crimen organizado para influir en los resultados electorales. Las autoridades
federales lo niegan, pero no queda duda que la delincuencia sí incidió en la
jornada cívica del pasado 6 de junio, tanto en la imposición de candidatos, las
renuncias obligadas, el asesinato y las intimidaciones a la población.
Lo más alarmante es que esta violencia
en las zonas denunciadas previo y durante las elecciones se ha mantenido y se
ha recrudecido. La lista de las 50 municipalidades más violentas presentadas
por la SSPC federal confirma que el tema finalmente estaría obligando a la
presidencia de la República a ajustar su política de seguridad o, en caso de
sostenerse esta tendencia, podríamos tener un escenario crítico para el 2024,
donde “el calentamiento de la violencia” pudiera impactar en los resultados.
“Para asegurar la protección política,
los cárteles derramaron sangre, no sólo para infiltrarse en el Estado, sino
gobernar con él”, editorializó el diario francés Le Monde en referencia a las
denuncias sobre narco candidatos que triunfaron.
Esta columna desde el 2019 y el 1 de
junio en el portal Julio Astillero
advirtió
“¿Para qué sirve una diputación a un delincuente? Para
obtener fuero, cooptar otros legisladores, armar una bancada con su propia
agenda de intereses y mucha información de primera mano de cómo vendrán leyes
que les ayuden o perjudiquen a sus organizaciones”.
Lamentablemente, las fronteras entre el
poder político y el poder criminal son cada vez más estrechas y, en cada vez
más casos, de abierta convivencia, tal cual sucede en Michoacán, Guerrero,
Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, Veracruz, Sonora o Zacatecas, por citar
algunos.
El impacto social de la pandemia trajo
consigo también un recambio en la lógica operativa de los grupos criminales, aprovechando
el vacío institucional y la ausencia de una estrategia más firme y contundente
que detenga el flagelo del crimen.
El filantropismo del crimen organizado
(llámense cárteles de la droga, huachicoleros o pandillas) han ido ganando
terreno repartiendo “trabajo”, reclutando jóvenes, entregando despensas en
varias regiones del país, con el fin de utilizarlos, manifestándose en bloqueos
de carreteras, agrediendo a militares a la Guardia Nacional o, en un modelo ya
detectado por los órganos de inteligencia, usando la fachada de autodefensas.
La transnacionalización de las bandas de
delitos financieros que han aprovechado la explosión de las compras en línea,
como esa llamada “mafia rumana” o las salvadoreñas u hondureñas dedicadas a la
clonación de tarjetas. Los delitos cibernéticos aumentaron de forma inaudita y
la banca sin capacidad de respuesta: fraudes, intrusiones, robos a cuentas
bancarias habrían subido más del 40 por ciento en lo que ha durado la pandemia.
La caída de los ingresos por familia en
las zonas de clase media baja y baja del país está siendo poco analizada, pues
desde la Secretaría de Bienestar sólo aplican programas clientelares no atinan
a la recuperación del tejido social. Las fuentes de ingreso estas familias que
viven de las peluquerías, de la mercería, la papelería o la tiendita de la
esquina, se cancelaron. Estamos entrando a una fase de empobrecimiento múltiple
de clases medias bajas y bajas.
Aunado a lo anterior, trae nuevos desplazamientos
poblacionales hacia ciudades donde puedan vivir las familias y conseguir trabajo,
pero con la consiguiente presión de vivienda, empleo, seguridad pública, entre
otras.
La migración intranacional, o mejor
dicho: el desplazamiento forzado, tendría su impacto en las ciudades “más
desarrolladas” del país, pero, cuidado, también está empujando la expulsión de
mexicanos mejor calificados a los Estados Unidos y Canadá, o Europa aumentando
exponencialmente la fuga de talentos y de cerebros.
En la jornada electoral, según logramos
apreciar en la fotografía que Santiago Nieto, titular de la Unidad de
Inteligencia Financiera del SAT, subió a su cuenta de twitter, fueron más de
172 incidencias las cometidas por el crimen el día de las elecciones.
El saldo de la violencia política
registró al menos 91 personas asesinadas, 36 de las cuales eran aspirantes a un
cargo de elección popular. Muy importante señalar que de las más de 90
ejecuciones, 31 se ubican en el ámbito municipal y nueve de cada diez víctimas eran
opositores a las autoridades en el lugar donde contendían.
No hay duda que el crimen se infiltró en
nuestra democracia y eso tiene muy preocupados a los amigos, socios y aliados
de México. La situación anterior se agrava cuando más se atacan y se quieren
debilitar a los órganos fiscalizadores de los partidos políticos y sus
candidatos, el INE, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y
las Fiscalías, cuando lo que se requiere es precisamente lo contrario:
fortalecer su autonomía, su institucionalidad y sus facultades para que
detengan candidaturas bajo sospecha de estar financiadas o impulsadas por los
enemigos del Estado.
El crimen organizado nacional y, en
especial, el transnacional quieren el debilitamiento de las instituciones del
Estado mexicano para que amplíen sus operaciones y esto no es un asunto menor.
La seguridad no es asunto de izquierdas
o derechas, porque afecta a todos. Sin seguridad no hay democracia, sin
seguridad no hay inversiones ni empleos seguros, ni tampoco hay tranquilidad
para nuestras familias y nuestra cotidianidad. Lo hemos publicado desde hace
más de un año: en este momento nuestro gobierno requiere trabajar la
inteligencia preventiva o nos vamos a enfrentar un 2024 cargado del peor peligro
históricos de nuestra historia: el narcopoder.
Contacto: feleon_2000@yahoo.com