Han pasado dos años desde la más reciente película de Marvel, un inconmensurable abismo para una máquina imparable de filmes. Entre tanto, los estudios han llevado sus más ambiciosas aventuras a la televisión con las series de streaming WandaVision, The Falcon and the Winter Soldier y Loki. Claro, no se van a ninguna parte.
Sin embargo, también es posible que la pandemia no haya sido sólo una irregularidad en el Universo Marvel. Incluso antes de que el Covid-19 aplazara el estreno de Black Widow y las subsecuentes entregas un año o más, Avengers: Endgame se sintió como la conclusión de algo. ¿Puede el gigante más poderoso en la historia del cine retomar el camino dónde lo dejó?
Afortunadamente, Black Widow no está exactamente diseñada para hacer eso. Es lo más parecido a algo único de Marvel. Se desarrolla entre Capitán América: Civil War, de 2016 (cuando los superhéroes se pelean) y Avenger: Infinity War de 2018 (cuando se unen para pelear), no tiene ningún propósito universal más grandioso para la franquicia que darle a la Natasha Romanoff/Black Widow de Scarlett Johansson (que muere en Endgame) una despedida apropiada tras una década de servicio que se remonta a Iron Man 2, de 2010. Es la segunda película de Marvel protagonizada por una estrella femenina, tras Capitana Marvel, de 2019, con Brie Larson, y la primera dirigida sólo por una mujer, Cate Shortland. Anna Boden y Ryan Fleck compartieron la dirección de esta última.
En parte funciona porque Black Widow necesita existir meramente por sí misma. Absorbente por derecho propio, esta película casi independiente se adentra en reinos más oscuros y profundos del usualmente brillante y resplandeciente mundo de Marvel. Shortland, directora australiana de cintas independientes como Amor o sexo y Nunca te vayas, basa Black Widow en una realidad más táctil y turbia.