En el libro Nos vemos en el baño. Renacimiento y Rock and Roll en Nueva York 2001-2011, la periodista musical Lizzy Goodman ha recreado el método de realizar decenas de entrevistas a las y los protagonistas de una escena musical, en este caso la del rock en Nueva York a comienzos del nuevo milenio, para producir una genial historia oral que plasma en palabras de los propios personajes principales lo ocurrido en este periodo crucial para el rock contemporáneo.
A finales del milenio pasado, un poco como sucede ahora fuera de la industria de la nostalgia, se consideraba ampliamente que el rock había muerto, en ese momento a manos de una especie de triada compuesta por el grunge, el hip-hop y el advenimiento de las fiestas masivas (ya fuera en raves o en locales que contaran con grandes espacios) de música dance, potenciadas crucialmente por el éxtasis. Es en este escenario que comienza esta historia oral recontada mediante el monumental trabajo de Goodman, donde aparentemente de la nada surgió una generación de bandas como los Strokes, los Yeah Yeah Yeahs, Interpol, The Rapture, LCD Soundsystem, TV on the Radio y posteriormente The National, junto con toda una industria paralela de periodismo musical, como fue el caso de Vice.
Uno de los puntos más sorprendentes es que quienes a la postre fueron los grandes protagonistas de la escena tampoco esperaban ni dimensionaban el alcance del movimiento, y creo en cada uno de los casos hubo una feliz dosis de coincidencia y serendipia, pues a menudo las bandas se conocen de manera casi fortuita, y comienzan no sólo sin grandes expectativas, sino sin grandísimas aptitudes musicales previas. Así, vemos cómo Julian Casablancas y Albert Hammond Jr. comienzan a tomar clases de guitarra una vez formados los Strokes, o Karen O, genial frontwoman de los Yeahs, cuenta entrañablemente y sin tapujos cómo ella en realidad procedía del mundo del cine, y entre sus primeras intenciones musicales se encontraban las de ligar y divertirse. Estando en la escuela de arte comienza también a tomar clases de guitarra, con la intención de cantar con la misma emoción que Neil Young y “tan pronto como aprendí a tocar un poco de guitarra comencé a escribir música. No me importaba realmente saber tocar (…) Gracias a las cuatro clases que tomé a los dieciocho años, he podido escribir cientos de canciones. No hace falta saber mucho para escribir una buena canción”.