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EL DEDO

por KARLA MONTAÑO
18-06-2025

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Escúchenlo, que le sabe. Manlio Fabio Beltrones no necesita gritar para que su voz pese. Le basta con aparecer para que tiemblen quienes aún respetan los viejos códigos de la política. Y eso fue justo lo que hizo al opinar con su tono elegante de patriarca institucional, sobre el llamado del gobernador Alfonso Durazo a su gabinete: no se distraigan con campañas adelantadas. 

Beltrones, ese veterano que gobernó Sonora con mano firme y cronómetro en mano, recordó lo que alguna vez fue ley no escrita: en política hay tiempos, formas y consecuencias. Nada de andar encampañados desde la oficina, usando el escritorio como trampolín electoral, ni cargando lonas en la cajuela oficial. 

Para eso estaban los domingos y las reuniones discretas, no las ruedas de prensa disfrazadas de informes. Y sí, tiene razón. Porque lo que hoy vemos no es entusiasmo democrático, es desesperación disfrazada de agenda institucional. 

Funcionarias y funcionarios que no han terminado de aprenderse el nombre del cargo que ocupan, pero ya encargaron su foto de campaña con filtro motivacional. Durazo lo dijo claro: “no se distraigan”. Pero de poco sirve el llamado si no hay consecuencia.

Porque si después del regaño los distraídos siguen en TikTok promocionando su “cercanía con el pueblo”, si siguen viajando en tiempo electoral con dinero público, si siguen abriendo foco en horario de oficina, entonces el mensaje pierde fuerza y el gobernador queda como ese abuelo que advierte por quinta vez: “ya merito te castigo, ¿eh?” 

Y eso, en el juego del poder, se lee mal. Muy mal. Si los subordinados ignoran al jefe, ¿quién está gobernando? ¿Y quién les dio permiso de arrancar campaña con uniforme institucional? Lo que dijo Beltrones no fue solo un respaldo al gobernador: fue una lección de disciplina. 

Un “tomen nota”, dicho con voz de quien ya estuvo en ese escritorio y no permitía que insubordinados acapararan cámara antes de tiempo. Porque Beltrones no es solo un político de oficio, es un producto premium del viejo sistema. Un sistema que tendrá muchos defectos, pero al menos entendía algo: en la política, el desorden cuesta y el ridículo se paga caro. 

Ojalá se escuche, porque si no, cada llamado a la cordura sin castigo será apenas un eco hueco, una señal de que el poder se está diluyendo entre likes, espectaculares y eventos con “corte de listón y pretexto social”. Y eso, ni es gobierno ni es campaña. 

Es ansiedad con presupuesto, es oportunismo barato y es una cachetada a la confianza de Sonora en aquella cuarta transformación con todo y segundo piso.