Un gran reto que enfrenta la sociedad mexicana es el combate de manera eficaz de la violencia contra las mujeres. El cambio de su rol social no ha podido permear todavía de manera integral —a pesar de muchos esfuerzos— en nuestra cultura ancestral machista.
Si bien el uso de la violencia en cualquiera de sus formas significa el fracaso del Estado de derecho, existe un tipo cruento y alarmante que es el que se emplea en contra de las mujeres. Se debe entender como cualquier acción u omisión, basada en razón del género, que les cause daño o sufrimiento sicológico, físico, patrimonial, económico, sexual, incluso la muerte, y las formas anteriores pueden darse tanto en el ámbito privado como en el público.
Ha sido un fenómeno invisibilizado durante miles de años; un hecho normalizado desde los inicios de la sociedad humana, pero que de ninguna manera puede seguir tolerándose su existencia en la era actual.
Este tipo de violencia se ha incrementado en los últimos años, como consecuencia de las conquistas y mayores libertades y derechos que han obtenido. Resulta inconcebible que la violencia en contra de las mujeres no sea sólo un tema que demanda del Estado mejor seguridad pública y combate a la impunidad, pues de manera triste la mayoría de ellas son agredidas, vulneradas, incluso asesinadas, dentro de su círculo familiar.
De manera lamentable este tipo de violencia no puede entenderse como un acto individual o aislado, sino tétricamente como una expresión sistemática que tiene como objetivo mantener la discriminación, sometimiento y subordinación de las mujeres por parte de los hombres, a través del uso de la fuerza.
La magnitud del problema es innegable, pues existen indicadores a escala mundial que señalan que el 35% de las mujeres han sufrido alguna vez violencia física o sexual.
En nuestro país, las mujeres representan la mayoría de la población, pues son el 51% de la población total y durante la pandemia por covid-19 se acrecentó la furia en contra de ellas. Las medidas de confinamiento las obligaron a tener que convivir por más tiempo y cercanía con sus propios violentadores.
Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se reveló que este año el 20% de mujeres —de 18 años o más— reportó percepción de inseguridad en sus casas y el 23% de las defunciones por homicidio de mujeres ocurrieron dentro de una vivienda.
Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el pasado 25 de noviembre, en el auditorio Jus Semper Loquitur de la Facultad de Derecho de la UNAM, se presentó la obra Principales derechos de las mujeres en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, esfuerzo académico de 24 autoras y autores que analizan los grandes cambios y desafíos en la materia.
Se destacó, entre otras cosas, que la educación ha venido a ser el principal motor que ha logrado el cambio en la forma de pensar de la humanidad respecto del progreso de la mujer, pues desde el siglo XX en que el acceso a la educación dejó de ser un privilegio de élites y el Estado laico asumió la obligación de su impartición, la mujer pudo acceder al conocimiento y pudo acelerar la conquista de sus derechos.
El auténtico avance y desarrollo del país depende de si somos capaces en verdad de que mujeres y hombres podamos caminar a la par en derechos y obligaciones.
Como Corolario, la frase de la escritora canadiense Margaret Atwood: “Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres temen que los hombres las asesinen”.