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Estridencias, maximalismos e ingratitudes rumbo al 2024

por Felipe León López
09-02-2023

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Este comentario quizá lo entiendan mejor quienes tenemos más de 40 años…

Imaginemos que estamos en México enero de 1989. Han pasado seis meses de la elección

presidencial del 6 de julio de 1988 y los grupos aliados del Frente Democrático Nacional,

conformada por ex priistas y de la izquierda partidista, tienen varios meses en arengas

reclamando el fraude electoral, atendiendo a las familias de simpatizantes que están

siendo perseguidos y asesinados y a la vez, tratando de cohesionar la amalgama de

intereses que rodearon la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, la que cimbró

y tiró un sistema político electoral del partido casi único: el PRI.

Voy a citar algunos de los actores de entonces que han trascendido el paso de la historia

de los últimos 34 años.

El mapa político de aquel entonces la oposición estaba encabezada por el lado izquierdo

con Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Heberto Castillo,

Gilberto Rincón Gallardo, Arnaldo Martínez Verdugo, Pablo Gómez, Rosario Robles, José

Woldenberg y tantos otros intelectuales, académicos y líderes estudiantiles como Carlos

Ímaz y Antonio Santos; claro, ahí en este grupo del llamado CEU-Histórico cabía también

Claudia Sheinbaum.

Por el lado derecho, estaban los bravos del norte con Manuel J. Clouthier, Luis H. Álvarez,

Rodolfo Elizondo, Francisco Barrio y Fernando Canales, además de Diego Fernández,

Vicente Fox, Felipe Calderón, Bernardo Bátiz, Jesús González Schmal, entre otros.

Del oficialismo de entonces, defendiendo el triunfo de Carlos Salinas de Gortari, estaba el

titular de Educación Pública y ex secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz, el

operador estrella desde la regencia: Manuel Camacho Solís y sus segundos, Manuel

Aguilera y Marcelo Ebrard; todos los gobernadores priistas, como Francisco Labastida

Ochoa, así como los legisladores tricolores de entonces como Ricardo Monreal, José Luis

Lamadrid y Salvador Rocha Díaz, entre otros.

34 años después, el tablero está totalmente alterado y, como entonces, la

democratización y la política económica del país está en el centro del debate y el clamor

por acotar al metapresidencialismo. Afuera de México, la perestroika soviética preparaba

el colapso de la Unión Soviética y de la doctrina comunista como alternativa ante el

capitalismo. Los comunistas mexicanos entonces se volvieron demócratas liberales y

abandonaron la idea de una revolución para implantar la “dictadura del proletariado”.

Demócratas todos, todos contra el PRI: izquierdas y derechas, en aquel año, 1989, se

pedía la independencia de un órgano electoral, que el partido-gobierno dejara de


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controlar las elecciones desde la Secretaría de Gobernación. Las reglas de la competencia

política electoral construidas en 1977, tan elogiadas por su apertura, vigentes en 1988

volvieron a garantizar la victoria del PRI porque el partido-gobierno controlaba todo y, por

ende, produjo la crisis del sistema de partidos y a exacerbar los sentimientos de una

población que había cambiado, que era más exigente, más consciente y politizada.

Actores de los tres bandos antes descritos fueron claves para las reformas políticas de

1977 a 2014, incluso, uno de los intelectuales fundadores del PRD fue el presidente del

Instituto Federal Electoral de 1996 a 2003, cuyo consejo ha sido el más reconocido

nacionalmente por haberse manejo sin carga hacia algún partido. Claro, el manoseo que

vino después a las reglas de operación fue complicando y encareciendo la democracia

liberal mexicana que es el pretexto para reformarlo de quienes a lo largo de los años han

cuestionado la parcialidad del órgano electoral, la intromisión de los medios de

comunicación, empresarios, la maquinación de partidos satélites, entre otras trampas.

Todo lo anterior viene a cuento porque en este 2023 estamos con el tablero

descompuesto; o al menos eso parece. Los ciudadanos que hemos estado atentos al

devenir de la historia inmediata pasamos de sorpresa a sorpresa hasta que de pronto

paramos y miramos alrededor para darnos cuenta que los entuertos políticos sólo han

transitado a una recomposición de las élites del poder.

De un tiempo para acá, los actores de aquel entonces están mezclados en uno y otro

bando e irreconocibles caminando y enarbolando mismas banderas. Son los abajo

firmantes, los colectivos, las organizaciones de la llamada sociedad civil organizada. Ex

perredistas y priistas juntos; A Favor de lo Mejor y la Amedi juntas; y ni qué decir de

Bartlett, Monreal, Ebrard y muchos ex priistas y ex panistas en las filas de Morena.

Nadie de la actual clase política puede decirse químicamente puro, ni tantito hablar de ser

consecuentes o congruentes con sus ideologías. Lo que impera es el pragmatismo por el

pragmatismo. El bloque en el poder quiere prolongarse, los contrarios contenerlos y

aniquilarlos; ninguno mira por el país ni por el futuro de la generación actual, que sigue

padeciendo los efectos negativos de una pandemia que impactó, ante todo, la educación,

el empleo y la capacidad de sobrevivir.

Demasiada estridencia y maximalismo entorno al debate de la reforma electoral que

propone el titular del Ejecutivo federal. Es decir, mucho ruido que se magnifica aún más

por las llamadas redes sociodigitales; y poca sustancia para que los ciudadanos se formen

opinión. Muchas descalificaciones, poco debate. Demasiadas amenazas y poca

construcción de consensos.

Los cambios que propone el Plan B de la reforma electoral no sólo es para reducir el costo

de la alta burocracia del INE, sino que ponen en riesgo no solo la capacidad operativa para

organizar los futuros procesos electorales, a los cuales además de elecciones para cargos

de elección se han sumado otras figuras como consulta ciudadana, revocación de


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mandato, plebiscito, entre otras, pero sobre todo, la elección presidencial en 2024, y con

ello la credibilidad y legitimidad de quien pudiera resultar triunfador. Lo demás es ruido,

propaganda, estridencia y polarización.

“Si no estás conmigo estás contra mí”. “Si se aprueba, es el fin de la democracia y de

México”. En fin, extremismos, fatalismos y visiones apocalípticas cuando lo que debían

hacer las partes es convocar a la reflexión y tener en cuenta qué piensan los ciudadanos

de ahora, del México de ahora y de la generación que se prepara para dirigir al país para

los 30 años y que habrán de lidiar con lo que les estamos dejando ahora.

Y LA INGRATITUD… Años después de 1988, en 1997 los grupos y partidos alrededor de

Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo llevaron al entonces PRD a ganar el gobierno

del Distrito Federal. El llamado Grupo Universidad encabezado por Carlos Ímaz y Rosario

Robles fue bien acogido por Cárdenas Solórzano, dándoles no sólo espacios de poder sino

la consejería para la toma de decisiones en su último proyecto de candidatura

presidencial. Así fue que se preparó el relevo en la dirigencia nacional del partido y esos

consejos abrieron la cancha a Andrés Manuel López Obrador por encima de quien

reclamaba su lugar, Heberto Castillo Martínez. Lo demás es historia y cada quien la cuenta

a su manera, a medias, distorsionada o casi como si se tratara de la hazaña de una sola

persona. El maltrato mañanero fue innecesario, el silencio de quienes escalaron sus

carreras políticas gracias a Cuauhtémoc Cárdenas lo dice todo.

Contacto: feleon_2000@yahoo.com