De nueva cuenta la vicepresidenta estadunidense Kamala Harris no pudo someter a México a la lógica unilateral de la seguridad nacional de Estados Unidos. La Cumbre del pasado jueves 9 de septiembre en la Casa Blanca no logró concretarse en algún comunicado conjunto y las dos partes quedaron para reuniones posteriores.
Por primera vez en la historia posrevolucionaria, el presidente de EU rehúye un encuentro personal con el presidente mexicano. En cambio, también por primera vez, una funcionaria con rango de poder decretado en el Consejo de Seguridad Nacional se hace cargo de la agenda bilateral con México.
En este contexto, la Administración Biden-Harris no ha entendido el enfoque de autonomismo nacionalista del presidente López Obrador y el camino del proyecto posneoliberal que está ajustando en los hechos para, sin llegar a la revisión estructural, corregir las concesiones productivas del Tratado de Comercio Libre firmado por el presidente Salinas de Gortari en 1993.
Pero la parte más importante de la relación Biden/Harris-AMLO radica en la estrategia del canciller mexicano Marcelo Ebrard Casaubón para desvincular la dependencia productiva del Tratado con los objetivos estratégicos y de seguridad nacional del gobierno mexicano. Es decir, estamos ante un ajuste al Memorándum Negroponte de abril de 1991 en el que el entonces embajador estadunidense en México, el estratega de seguridad nacional estadunidense John Dimitri Negroponte, afianzó el Tratado como una forma de doblegar los tres pivotes de México: el nacionalismo vis a vis el acoso de EU, la política exterior nacionalista y el papel estratégico del Estado en la configuración del proyecto nacional.
El Memorándum Negroponte, revelado en mayo de 1991 por la revista Proceso, marcó la entrega de México a los principios de seguridad nacional de EU. Lo grave del asunto fue el hecho de que el presidente Salinas siempre supo que el Tratado no era solo un acuerdo de integración productiva, sino que implicaba la derrota del nacionalismo histórico mexicano y la subordinación de México al paraguas de seguridad nacional estadunidense.
Del documento del diplomático --asesor estratégico en Vietnam y primer director central de inteligencia después del 9/11 terrorista-- se rescata el párrafo clave:
“La dimensión de la política exterior de México está en el proceso de cambiar dramáticamente la sustancia e imagen de su política exterior. Ha ido de una visión ideológica, nacionalista y proteccionista a una visión de los problemas mundiales más pragmática, competitiva y hacia afuera. El factor que obligó a ese cambio fue el fracaso de la política previa para responder a las necesidades del pueblo mexicano, pero el mejor y más responsable liderazgo político fue, claramente, un factor indispensable.”
Por decisión de Salinas de Gortari, México entregó su política exterior y su nacionalismo a los intereses del EU. De ahí la forma en que todos los presidentes Bush Jr., Obama, Trump y ahora Biden ven a México como un empleado menor y carente de posibilidad siquiera de definir sus “intereses nacionales”. El Diálogo de Alto Nivel del pasado 9 de septiembre fue unilateral, sin posibilidad de que el canciller mexicano presentara el enfoque de México en las cuatro áreas formales. Por lo demás, los cuatro pilares binacionales definidos por EU representan los intereses de la Casa Blanca definidos en la Estrategia de Seguridad Nacional de marzo de este año.
Las sonrisas fotogénicas de la vicepresidenta Harris no pudieron ocultar el fracaso de la Cumbre bilateral. Y tampoco despejaron las dudas de la agenda subyacente de seguridad fronteriza basada en tres temas vitales para Washington: el control de la frontera bilateral hoy en manos del crimen organizado y de la corrupción de funcionarios de ambos países, la decisión de EU de venir a Mexico a combatir a los cárteles del narco y la queja mexicana de que la estructuras de drogas en EU está controlada por el contrabando tolerado por el gobierno estadunidense, el consumo de drogas como demanda que determina la oferta y el control del narco al menudeo en ciudades de EU por parte de once cáteles mexicanos que llegaron, se asentaron y operan con la tolerancia de la Casa Blanca.