Aunque fueron eventos desasociados, la crisis de Estados Unidos en Afganistán tiene una lectura estratégica con la Cumbre bilateral entre la vicepresidenta Kamala Harris y el canciller mexicano Marcelo Ebrard Casaubón: fueron las dos caras de un imperio en decadencia que tuvo que salir huyendo de la zona geopolítica del este soviético y chino y que no pudo imponer su visión dominante en la puerta mexicana hacia el sur latinoamericano.
La lectura política de Afganistán revela el fracaso del enfoque imperial de dominación de la Casa Blanca que en el 2001 quiso liquidar a la guerrilla de Al Qaeda, a la propuesta gubernamental de los talibanes y al radicalismo islámico, pero que a la vuelta de veinte años tuvo que salir huyendo ante el enorme costo económico, político, militar y de control de un país clave en el escenario de China, Rusia e India.
La intención del presidente Bush en octubre del 2001 fue la de usar el enfoque antiterrorista para ocupar de manera militar un país y tratar de construir ahí un modelo occidental de gobierno funcional a los intereses de Washington. No fueron suficientes las advertencias de que Afganistán iba a ser el segundo Vietnam estadounidense, pero las imágenes de la desocupación desordenada los últimos días de agosto en Kabul replicaron las de Saigón y los helicópteros atiborrados de gente huyendo.
La negociación del Gobierno de Biden-Harris con México ha pasado por la falta de voluntad estadounidense para entender la lógica del gobierno mexicano actual y para buscar acuerdos conjuntos. A pesar de que el presidente López Obrador y el canciller Ebrard habían adelantado temas de la agenda bilateral desde el enfoque de México y, por primera vez, de los intereses nacionales mexicanos en la relación bilateral, la vicepresidenta Harris llegó a la Cumbre con la agenda estadounidense de sus intereses unilaterales de seguridad nacional. El dato mayor del encuentro se localizó en la imposibilidad de presentar un comunicado conjunto porque los enfoques fueron imposibles de conciliar.
El interés estadounidense sigue radicando en la prioridad de su seguridad nacional basada en el bienestar de sus ciudadanos. En este sentido, la agenda comercial y económica se centró en el mantenimiento del modelo económico estadounidense como dominante y la subordinación productiva de la economía mexicana.
Los tres temas fundamentales que interesan a México fueron soslayados: la crisis en la migración potenciada por la pandemia y el freno productivo mundial, la pérdida del control de seguridad en la zona fronteriza de casi tres mil kilómetros y la situación conflictiva de los cárteles del narcotráfico y el crimen organizado en zonas territoriales en ambos países.
En el tema del narcotráfico, los enfoques de México y Estados Unidos son excluyentes. Para México, la demanda de droga para los consumidores estadounidenses es la que determina la oferta, además de que el consumo forma parte de los derechos sociales de los adictos y solo se atiende el daño en adicciones, con la circunstancia agravante de que once cárteles mexicanos se han instalado en territorio estadounidense para controlar la venta al menudeo de droga en más de tres mil ciudades en todo el país, sin que las autoridades americanas los persigan o eviten su expansión criminal.
Para Estados Unidos, el problema del narcotráfico radica en la existencia de lo que ha caracterizado como organizaciones criminales trasnacionales y contra ellas ha aplicado el modelo Bush de combate al terrorismo: aniquilar a los cárteles en sus países de origen (en sus madrigueras, fue la expresión) a través de una lucha policiaco-militar que implica la movilización hacia esas naciones de tropas, organismos de seguridad y fuerzas de inteligencia.
En la coyuntura de las elecciones y cambio de gobierno en Estados Unidos, México aprovechó el vacío político estadounidense para imponer reglas estrictas de operación de agencias extranjeras en México en materia de narcotráfico, condicionando su presencia a claridad en el número de agentes y agencias y aportación de tecnología e información. La Casa Blanca se ha opuesto a cumplir con estas reglas, a pesar de que tiene las mismas en su país para formaciones de seguridad extranjeras.
En el fondo, Afganistán y México podrían ser dos muestras distantes y desniveladas de la declinación del poderío de Estados Unidos en materia de política exterior. En ambos casos, Washington ofrece evidencias de una pérdida de autoridad política y moral para enfrentar el problema del terrorismo en Afganistán y la crisis migratoria y del narcotráfico en México. Ante el fracaso militar en Afganistán, el gobierno estadounidense no tiene argumentos para amenazar a México con movilización de tropas para combatir a los cárteles del crimen organizado.
La declinación de Estados Unidos como imperio se ha venido agudizando en función de la pérdida de legitimidad geopolítica para intervenir en conflictos extranjeros. Una cosa fue que Estados Unidos jugó un papel importante en la Segunda Guerra Mundial, junto a la Unión Soviética y a Gran Bretaña, para derrotar a los fascismos italiano y alemán, pero otra muy diferente han sido sus intervenciones en Vietnam, Cuba, Chile, Nicaragua, Panamá, Granada, Irán, Irak y Afganistán como guerras de ocupación.
La crisis de la administración de conflictos en Afganistán en México representa un aviso de la disminución de Estados Unidos como policía del mundo.
Zona Zero
La Casa Blanca de Biden-Harris está urgida del replanteamiento de su estrategia migratoria para definir una propia y no para desconocer lo que hizo el gobierno anterior de Donald Trump. La nueva política debe partir del hecho de que las crisis que han potenciado las caravanas de migrantes que quieren ingresar a Estados Unidos han sido producto del modelo económico de expoliación y exacción del capitalismo estadounidense y que se requiere un nuevo modelo de desarrollo social en los países afectados. Si no existe ese planteamiento, entonces la política migratoria de Estados Unidos estará en manos de la Guardia Nacional mexicana.