El psicólogo y teórico de la comunicación Harold Lasswell estableció en 1927 que la Primera Guerra Mundial se había definido no solo en los tres conocidos campos de batalla --el económico, el político y el militar--, sino que se había llegado a una guerra adicional: la de la propaganda.
La crisis en Ucrania se ha llevado en sus escenarios vitales en el campo de batalla de la propaganda, tratando de vender la idea de que Estados Unidos es el bueno de la historia y la Federación Rusa se presenta como la mala.
Sin embargo, la guerra en Ucrania presenta todos los perfiles típicos de una guerra imperialista: el imperio estadounidense quiere arrinconar al bloque socialista de Rusia, China y Corea del Norte con argumentos propios del discurso neoconservador de George Bush Jr. cuando inventó la guerra contra Irak y Afganistán falsificando informes de inteligencia sobre guerra bacteriológica y armas de destrucción masiva, apoyado por los engaños del MI-6 --espionaje militar-- de Inglaterra.
Del otro lado, se encuentran los afanes imperiales y de resistencia de Vladimir Putin y el apoyo estratégico de China, con la clara intención de reconstruir el modelo de la guerra fría ideológica y económica del período 1961-1991, aunque lejanos del modelo teórico del marxismo en tanto que estas dos potencias económicas, militares y nucleares tienen modelos económicos caracterizados como capitalismo monopolista de Estado sin democracia representativa
En medio de esta guerra, el verdadero campo de batalla no está en la frontera Rusia-Ucrania, sino en Bruselas, Bélgica, donde se encuentra el cuartel general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, que el gobierno de Donald Trump había desdeñado y cuya reconstrucción estratégica y geopolítica es la principal prioridad de la administración Biden.
Desde 1999, la estrategia de seguridad nacional geopolítica de la Casa Blanca ha estado sumando la incorporación a la OTAN de países del viejo bloque soviético que habían pertenecido al pacto militar de Varsovia de la Unión Soviética, incluyendo el golpe de Estado operado por Estados Unidos en el 2014 para echar del poder de Ucrania a un presidente funcional a los intereses de Washington y colocar a uno que respondía a la estrategia estadounidense.
En este sentido, la guerra en Ucrania está desarrollándose en el escenario de la disputa estratégica de espacios políticos y militares para arrinconar a los países socialistas existentes y trasladar la línea divisoria ideológica de la nueva guerra fría del muro de Berlín a la frontera con Rusia y China.
La propaganda esta tratando de vestir la resistencia de Ucrania como un acto heroico, cuando la invasión rusa fue provocada por presiones de la Casa Blanca reproduciendo el modelo de la Operación Ciclón de 1978 para apresurar la invasión soviética a Afganistán y meter a Moscú en su propia guerra de Vietnam. Ucrania es, en la lógica de Clausewitz, una guerra de posiciones para imponer los intereses del modelo económico de Washington en la vieja zona de la Unión Soviética.
En este contexto, México debe replantear su política exterior en función de los intereses nacionales que el gobierno lopezobradorista ha señalado fuera de las prioridades de la Casa Blanca y ha definido los intereses nacionales mexicanos. Cualquier apoyo directo o indirecto de México al modelo de expansión estadounidense en Ucrania, tendrá en automático un efecto de sometimiento a los intereses de seguridad nacional geopolítica de Estados Unidos, con los efectos en la agenda de dominación estadounidense sobre México como su verdadera frontera estratégica hacia el sur subdesarrollado.
La presencia de México en el Consejo de Seguridad de la ONU será clave para redefinir una geopolítica de enfoques mexicanos que pudiera no gustar en Washington, pero que representará un modelo de resistencia nacionalista al expansionismo que ha estado empujando Joseph Biden para reconstruir la vieja dominación estadounidense sobre América Latina y el Caribe.
La guerra de propaganda de Estados Unidos aparece dominando todas las políticas editoriales de los medios mexicanos, vistiendo a los ucranianos como héroes de resistencia cuando en realidad representan el expansionismo de la Casa Blanca. No se ha visto en los espacios mediáticos ni una crítica al trasfondo de la expansión imperial de Washington en Ucrania.