Un verso muy famoso de Virgilio, Sunt lacrimae rerum, et mentem mortalia tangunt, suele salir al paso de quien lee con doble envoltura de sentido según la preposición: hay lágrimas de las cosas y hay lágrimas por las cosas. Ocurre en la Eneida I, 462: Eneas ha regresado a Cartago y en las puertas de un templo a la diosa Juno ve reproducidas escenas de la guerra de Troya donde él peleó; en las imágenes reconoce a amigos, a enemigos, a él mismo. Entonces dice el verso. Van las versiones que tengo a mano. De E. de Ochoa: “También aquí hay lágrimas por las desventuras y conmueven el corazón los infortunios de los humanos”. De A. Espinosa: “Lágrimas hay por nuestras cosas, y almas/ Que ante la muerte y el dolor se inmutan”. De R. Bonifaz Nuño: “Hay lágrimas de las cosas, y lo mortal toca la mente”.
En inglés, de P. Dickinson: “Incluso aquí hay compasión/ por los destinos humanos; …tocados por la suerte común de los hombres mortales”. De R. Fagles: “Incluso aquí, el mundo es un mundo de lágrimas/ y las cargas de la mortalidad tocan el corazón”.
De D. Ferry: “Estas son lágrimas de cosas por lo que fueron/ y por lo que se han vuelto; la historia de la mortalidad de los hombres golpea al corazón”. El verso volvió a salirme al paso. En La liebre con ojos de ámbar Edmund de Waal cuenta la historia de su familia: los Ephrussi, de origen judío, alguna vez tan adinerados como los Rothschild, y grandes coleccionistas. El bisabuelo Viktor Ephrussi tuvo que dejarlo todo en Viena cuando los nazis anexaron Austria en 1938. Perdió sus colecciones. En Inglaterra les contaba a sus nietos sobre el regreso de Eneas a Cartago. Para él Sunt lacrimae rerum aludiría, con claridad, a las lágrimas no por sino de las cosas. Sus colecciones perdidas. Entre ellas una de libros clásicos: la Eneida que los nazis le arrebataron no dejaría de contener el famoso verso de las lágrimas de las cosas; pero (pienso) por ese ejemplar podría hablarse, extrañamente y por una vez, de las lágrimas de los libros.