
Las protestas en Los Ángeles parecen surgir de tres vertientes principales, pero convergen en una sola dirección: dificultar la relación entre el gobierno de México con Claudia Sheinbaum y el de Estados Unidos bajo el mandato de Donald Trump.
¿Cuáles son estas vertientes que están en el tablero geopolítico México-Estados Unidos y de seguridad interior estadounidense?
La primera, que está pasando desapercibida, está vinculada a la denuncia pública maximizada en todas las redes sociodigitales por medio de testimonios, fotografías y demás, realizada por su exaliado, el magnate Elon Musk quien acusó a Donald Trump de haber formado parte de la red de pederastas del nefasto depredador sexual Jeffrey Epstein. Y la escalada de acciones provocadoras de la Agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en San Diego y luego en Los Ángeles, representan el mejor distractor ante el escándalo y, como buen manipulador, lo ha convertido en una ventana de oportunidad para recuperar su popularidad envuelto en el discurso más xenófobo conocido hasta ahora.
La segunda, es que las protestas en Los Ángeles y otras ciudades están permeando tanto en las relaciones bilaterales como en las narrativas políticas internas de ambos países. En el caso de México, los discursos se dividen entre quienes ven en estas protestas una causa legítima que refleja el sufrimiento acumulado por años de políticas migratorias restrictivas y quienes consideran que los actos violentos opacan las demandas genuinas y alientan sospechas de que hay intereses oscuros detrás para acusar a los mexicanos e incluso a la presidenta Sheinbaum de alentarlos.
Por supuesto, el gobierno de Trump utiliza estos hechos como un espejo deformado para justificar su retórica de control y fuerza contra la amenaza migrante, especialmente la proveniente de México, a la que acusa de todos los males estadounidenses.
Una variante, que no debe perderse de vista, es que las marchas en territorios californianos, en particular, no solo desafían la autoridad federal, sino que también refuerzan las tensiones ya existentes entre los gobiernos estatales liderados por demócratas y la administración republicana. Por largos meses los trumpistas más radicales han acusado a los demócratas de moverles las protestas, pero ahora el asunto es que se involucra al gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, a quien estaría buscando contener su crecimiento y no sea un problema político electoral cuando llegue la sucesión presidencial.
La tercera vertiente, es la más perversa y la que sostienen más analistas, tanto en México como en los Estados Unidos, y es que sostiene que se trata de una estrategia de “pánico moral” del gobierno de Trump con el fin de legitimar el uso de la fuerza contra los participantes y apoyadores de las revueltas, atizar el odio a los mexicanos por parte de un amplio segmento de los estadounidenses, generar miedo entre la población y, con esa polarización política, social y hasta militar, erigirse como el apagafuegos.
Esta teoría plantea cómo los "pánicos morales", según lo estudiado por sociólogos como Kenneth Thompson y Stanley Cohen, pueden ser utilizados como herramientas políticas para manipular la percepción pública. Al exacerbar las tensiones sociales, el gobierno de Trump podría construir un escenario donde las divisiones internas se convierten en un argumento para justificar medidas drásticas, consolidando su posición como el único capaz de restaurar el orden frente al caos.
Lo hemos publicado en este espacio, la tesis de Pánicos Morales de Kenneth Thompson explica cómo los conflictos surgen cuando un grupo o evento es percibido como una amenaza para los valores y el orden social (la MAGA de Trump). Otro autor, Stanley Cohen, en Folk Devils and Moral Panics, apunta que “demonios sociales —individuos o colectivos que son etiquetados como responsables de dichos riesgos— son demonizados, generando una reacción pública que a menudo está fuera de proporción con la amenaza real que representan”.
Los medios de comunicación, en su momento, y ahora las redes sociodigitales, juegan un papel central en este proceso, al amplificar las percepciones de riesgo y moldear la opinión pública. Fenómenos como el vandalismo, el crimen organizado y las manifestaciones políticas son presentados no solo como problemas locales, sino como símbolos de un orden social en crisis, alimentando el miedo y la sospecha. De este modo, la narrativa de pánicos morales alienta medidas de seguridad pública (o nacional, como ocurre ahora) que priorizan la represión sobre la prevención.
En este marco, las manifestaciones no solo son un reflejo del descontento acumulado, sino también un campo de batalla simbólico donde se enfrentan narrativas contradictorias: una que busca dignificar las luchas de los migrantes y otra que intenta deslegitimar cualquier acto de resistencia atribuyéndolo a intereses ocultos o agendas políticas radicales.
Con sensatez y, como debe ser, con información y análisis, la presidenta habló con mesura: expuso tener testimonios de paisanos que no reconocen a los violentos, condenó la violencia como método y abrió la puerta a que todo puede ser un conflicto sembrado para provocar. Este mensaje, sin duda, echa agua fría al aparato de propaganda oficialista que, una vez más, como chivo en cristalería se vuelca a absurdos como la “recuperación de California” envolviéndose en la bandera mexicana, aunque sea de manera digital.
Sin embargo, no es suficiente: la política exterior no deja de estar inmersa en presiones, tensiones y conflictos. En unos días llega el anticomunista cubano americano Marco Rubio, en papel de secretario de Estado de los Estados Unidos, en la Suprema Corte de ese país se le dio un revés a México en su denuncia contra las armerías, la Organización de los Estados Americanos lanza una opinión crítica a la elección judicial mexicana y, por si fuera poco, policías estatales de Chiapas incursionan bélicamente en territorio de Guatemala, abriendo un foco de conflicto en la frontera sur.
Claudia Sheinbaum confirmó para el próximo lunes 16 de junio su asistencia a la cumbre del Grupo de las Siete economías más fuertes del mundo, el G-7, donde existen altas probabilidades de que se entreviste con Donald Trump y, el varón al que parece haber domado, tenga la obligación de escuchar y, quizás, entender.
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