En cambio Unamuno, que sabía de México porque su padre hizo su fortuna en Tepic, decía que nuestra x era “el signo de la pedantería americana”.
Unamuno estaba muy equivocado, la x no es ninguna pedantería, es la letra que nos define y que ha sabido imponerse, con su sonido de j, al sonido sh que conserva hasta hoy la x española.
Alfonso Reyes nos cuenta de una iniciativa, fallida pero sumamente reveladora, que hizo algún ruido a principios del siglo XX: “no cursar en el correo las piezas postales en que la palabra México se escriba con j”.
Lucas Alamán zanjó así el vaivén entre la x y la j: Mégico.
La x está en la sílaba central de México porque, decía Reyes, es “un crucero del destino”, y luego siguió diciendo: “tengo apego a mi x como a una reliquia histórica, como a un discreto santo y seña en que reconozco a los míos, a los de mi tierra”.
La x es una cruz girada que ha cambiado de posición pero también de significado, porque con la cruz se carga mientras que la x señala, un punto específico o las direcciones de un camino que se bifurca.
La Cruz suma y la x multiplica y, en el caso particular de México, consagra el cruce de las dos realidades que nos definen: la indígena y la española.
Estas dos realidades que representa nuestra x se multiplican en otras realidades dobles que siguen palpitando en sus ejes: el mundo precristiano y el católico, la serpiente emplumada, la proverbial bondad mexicana tan notoria y tan profunda como su maldad, etcétera. Somos esa x, desdeñar cualquiera de sus rumbos es una insensatez.
Jordi Sole