Hubo un momento, sobre todo a inicios de 2020 y años antes de eso, que pensar en Sergio Pérez como piloto de Red Bull Racing era no sólo utópico sino hasta incongruente, pero hoy, luego de seis meses como miembro de la organización, el mexicano parece un elemento ideal para el poderoso escuadrón austriaco.
Y era utópico, porque Red Bull tenía establecida una norma de trabajo con volantes egresados de su academia, porque desde que Mark Webber había llegado de otro lado, sólo se habían afianzado ahí corredores muy jóvenes y la escalera no parecía poderse poner en pausa.
Pero llegó el momento de tomar al mejor piloto disponible ante la imposibilidad de asentar a un “canterano” que lograra caminar, si no a la par, no lejos de Max Verstappen, quien es un auténtico triturador de coequiperos.
Hasta 2020, “Checo” dividió casi equitativamente su residencia entre Europa y Guadalajara, pero era muy común verlo regresar a la Perla Tapatía luego de cada Gran Premio para recargar baterías con su familia.
Ahora, su esposa y sus pequeños hijos radican en Madrid y el mexicano no sale de Europa. Así está a una hora de la fábrica y se concentra en volver a ella para laborar muy cerca de sus ingenieros y mecánicos.
En Bakú quedó de manifiesto que “Checo” puede ser el más rápido de las prácticas, que es capaz de rebasar con limpieza en la largada, poner una vuelta rápida para pasar en pits a Lewis Hamilton y luego aguantarlo 35 vueltas.
“Checo” no es sólo un gestor de neumáticos, antes que todo, es un piloto muy rápido a una vuelta y en ritmo de carrera.
Pero no sólo es la cercanía física. “Checo” ha empatizado con Horner, Marko, Verstappen y hasta con Adrian Newey. Aunque todavía es pronto para hablar de una amistad, se presagiaban chispas y centellas entre Pérez y su coequipero Verstappen, lo cual ha sido todo lo contrario.