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¿Va la coalición opositora?

por Federico Berrueto
21-09-2022

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Si es cierto, como dice Carlos Loret, que la coalición opositora va en el Estado de México, seguramente también transitará en Coahuila, donde la situación es mucho más clara para lograr el acuerdo. La fortaleza del PRI, las buenas perspectivas de triunfo electoral, la positiva opinión del gobierno y su unidad en torno a un candidato con ventaja en las tempranas intenciones de voto hacen posible el acuerdo con el PAN, sobre todo porque el albiazul está pasando uno de sus peores momentos en la entidad, por la deserción de muchos de sus cuadros de antaño.

La dirigencia panista se equivocó con Alejandro Moreno y Rubén Moreira, pero no con la idea de conformar un frente opositor que incluyera al tricolor. A Marko Cortés le faltó anticipar la traición, se confundió con los buenos resultados de la coalición con el PRI en la elección de 2021. Ahora más que siempre queda claro que una cosa es la dirigencia del PRI y otra lo que queda de su base social, de sus alcaldes, además de los senadores quienes en su mayoría han sabido mantener una postura propia ante los embates del presidente López Obrador.

Mucho dependerá del voto de los senadores el miércoles cuando se vote en el pleno la modificación del artículo 5º transitorio de la Constitución para extender por cinco años más después de 2024, que el presidente pueda disponer de las fuerzas armadas regulares en actividades de seguridad pública. Para la oposición el tema no tiene que ver con el discutible razonamiento que motiva el cambio, sino con la intencionalidad de romper el bloque opositor. La impunidad que ganan Moreno y Moreira con su traición es claramente repudiada por la mayoría de sus correligionarios, por lo que el gobierno tendría que obtener votos de senadores de otras fuerzas políticas; además del senador Raúl Paz del PAN al menos tres senadores tricolores se unirían a la impudicia de Morena, Moreno, Moreira.

La oposición puede ganar el Estado de México y Coahuila, más aún, es suficiente un solo triunfo para alterar la certeza que ahora existe en muchos de que Morena ganaría con facilidad la elección del 24 y que ante el promisorio escenario el presidente no tendría dificultad en imponer a Claudia Sheinbaum como candidata. Una derrota en Coahuila sería alerta, si se sumara la del Estado de México obligaría a revisar el esquema sucesorio en curso. Por su parte, Marcelo Ebrard y más Ricardo Monreal, fortalecerían su poder de negociación y habría una fuerte inercia de varios partidos para postularles como candidatos presidenciales.

Moreno y Moreira iniciaron una ruta sin retorno. La pérdida de confianza es total y si bien tienen el control del proceso formal al interior del PRI, la única ruta que les queda es invocar una falsa intención opositora para concluir alineados con Morena y hacer del tricolor, el PARM de la 4ª transformación.

El problema del PRI es transitar al futuro como opción cuando Morena, sin López Obrador y en un entorno de gobierno dividido, muestre las fisuras derivadas del fraccionalismo, la ausencia de institucionalidad y de una auténtica cohesión en torno al proyecto de partido, no del poder presidencial. En el horizonte, el futuro de Morena es muy similar al del PRI, especialmente por la ausencia de reglas para la selección de candidatos, tema central en el reclamo de Ricardo Monreal.

En perspectiva, el PAN es el partido con mayores fortalezas para transitar al futuro. Sin embargo, desde el arribo al poder gubernamental perdió mística y su democracia interna sufrió un severo retroceso. A su favor corre el voto de descontento urbano, que no es del PAN; pero en el rechazo a la situación existente es la opción con mayor potencial para canalizarlo, salvo que Movimiento Ciudadano opte por candidatos disruptivos que han dado la sorpresa. Además, la oposición tiene condiciones para organizar una elección primaria para elegir candidato(a) presidencial y con ello sacudir el escenario actual, y construir una candidatura legítima y de impacto al diferenciarse del dedazo en Morena.

Finalmente, 2023 y 2024 no sólo remiten a triunfos y derrotas, sino a algo más sustantivo para el futuro de la democracia en México: que las elecciones tengan lugar en condiciones de normalidad y bajo la conducción de autoridades electorales profesionales e imparciales. Tres asuntos conspiran contra tal objetivo: la indebida intervención del gobierno, la embestida del presidente contra el INE y la presencia del crimen organizado en los comicios.